domingo, 17 de mayo de 2009

Plan de evacuación de la ciudad de Madrid (III)

Donde el autor prosigue con una historia (la del desalojo de Madrid) que pensó finiquitada, pero obviamente se equivocó. Parece una fábula, piensa el autor. Y el blog una olla en donde se mezclan personajes de distintas recetas, aderezados siempre con productos de temporada

Max, Lucía y Roberto,

-que habían viajado a Madrid en busca de Ambrosius, de quien sólo sabían (y ni siquiera eso), que vivía cerca del Mercado de Chamberí-

sí habían oído las órdenes de desalojo emitidas por radio y televisión y sí habían recibido llamadas asustadas de sus madres y de sus amigos, pero decidieron quedarse en Madrid, porque esa ciudad desierta patrullada por milicias paramilitares, basureros y bomberos, bien podría ser el escenario de la aventura tantas veces imaginada en mañanas de cafetería universitaria. Se olvidaron de Ambrosius, buscaron un escondite en un hotel con piscina y minibar, y esperaron.

Max, Lucía y Roberto salieron a la calle el día en que Max, después de mirar por la ventana, aseguró en voz alta que ya no había paramilitares en la ciudad.

-como se verá más adelante, Max se equivocaba, pero también estaba aburrido y además Max decía las cosas de tal manera que Lucía y Roberto siempre le hacían caso, un poco por dejarse llevar y un poco por miedo a llevarle la contraria, aunque esto último, lo del miedo, era un sentimiento que ninguno de los dos había verbalizado nunca, ni siquiera en pensamientos-

Caminaron felices, haciéndose zancadillas y cosquillas, dándose sustos desde portales vacíos, gritando a las paredes, tumbándose sobre el asfalto en cruces emblemáticos de la ciudad donde ahora no pasaba ningún coche y caminaron sin objetivo, ni mapa. Nadaron en el Retiro y mientras se secaban a la orilla del estanque compartieron los últimos cigarros de la penúltima cajetilla. La última decidieron racionarla a cigarro diario, a tres bandas, antes de acostarse. Todos dijeron estar de acuerdo, pero Roberto pensó que aquello no podía seguir así.

A la mañana siguiente Roberto se marchó solo deshaciendo el mismo camino por donde el día anterior habían caminado felices, haciéndose zancadillas y cosquillas, dándose sustos desde portales vacíos, gritando a las paredes, tumbándose sobre el asfalto en cruces emblemáticos de la ciudad donde ahora no pasaba ningún coche y al llegar al cruce de Gran Vía con Alcalá, Roberto escuchó un disparo.

Corrió a esconderse detrás de un cartel de menú del día, donde aún podía leerse con los trazos de tiza acaso un poco borrados:

Lentejas con chorizo
Ensalada Mixta
Gazpacho
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Filete de ternera
Dorada
Huevos fritos con patatas

Bebida, café o postre incluido
9,50 euros

En ese mismo instante Max y Lucía fumaban, en silencio, el primer cigarro de la última cajetilla.

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