Donde el autor tira de hemeroteca y relata un terrible acontecimiento ocurrido en la ya desaparecida ciudad de Madrid, allá por 2009.
Reunidos en sesión extraordinaria, los concejales de Seguridad, Sanidad, Higiene y Protocolo, y Jardines y Fuentes, decidieron, por unanimidad, declarar el estado de emergencia en la ciudad de Madrid y llamar al ejército para que, en el plazo máximo de 48 horas, desalojara por completo la villa manchega.
Esto ocurrió el 15 de julio de 2009 y los termómetros (los de publicidad del McDonalds y los de mercurio) alcanzaban, a la sombra, los 40 grados.
Nunca antes, que hubiera constancia, se había ordenado evacuar una ciudad por motivos de calor. Aquel verano no estaba siendo peor que otros, pero el nuevo concejal de Paseos y Extravíos, un joven provinciano de la España humeda, logró convencer a sus compañeros, a bases de resoplidos y sudores, aires acondicionados y olor de pies, de que la situación en Madrid se estaba volviendo insoportable. Desempolvó un viejo protocolo secreto elaborado por los servicios de inteligencia durante la crisis de la 'Nueva Gripe A', que preveía la evacuación de la ciudad en caso de emergencia sanitaria, le cambió varias comas, reubicó algunos párrafos, modificó un par de cursivas, aplicó bandera francesa al párrafo introductorio, y lo presentó, en tapa dura y letras doradas con relieve, al alcalde primero y al resto de los concejales después.
Las ordenes eran claras. Primero fueron a por los madrileños autóctonos a quienes se hubiera escuchado decir alguna vez aquello de "Madrid en agosto es una maravilla" o "en verano, el ruido de los coches de la M30 me recuerda al mar". Estos eran, sin duda, los sujetos más peligrosos y rebeldes y los más proclives a poner en duda (e incluso a criticar abiertamente) los planes de evacuación del Ayuntamiento. Eliminada la oposición mediante una noche de secuestros y cristales rotos, sería más fácil desalojar al resto de la población inerte. Para llevar a cabo esta parte del plan se recurrió a la colonia norteña de la capital, a todos aquellos gallegos, asturianos, cántabros y vascos que, hartos de soportar los rigores del asfalto madrileño a mediodía, las noches sin un amago de brisa, las duchas inútiles y la playa de la infancia tan lejana, no dudarían en pasarse, momentáneamente, al lado más paramilitar de la vida. Así lo hicieron.
Después radiaron un mensaje por todas las televisiones y radios en el que se ordenaba el abandono inmediato de la ciudad. Policía, bomberos y basureros recorrieron barrio a barrio, manzana a manzana, casa a casa, amplificando el mensaje. Se reportaron abusos aislados, pero no hubo más de media docena de muertos. Tiendas de ultramarinos saqueadas, extraños petroglifos a base de lentejas de Palencia en las aceras de Santa Engracia. Árboles ardiendo en el bulevar de la Castellana.
La pregunta que aterraba al resto de España, atónita ante el desembarco mesetario, era: ¿Qué haremos con tantos millones de madrileños?
Versión corregida y aumentada en Soitu
1 comentario:
Muy interesante la información que compartió gracias
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