lunes, 11 de mayo de 2009

Plan de evacuación de la ciudad de Madrid (II)

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Dibujo de Enrique Flores, visto en Urban Sketchers



Donde el autor prosigue con el post anterior y recomienda, lógicamente, la lectura de la parte 1 antes de atacar la parte 2.

Pero hubo gente que se opuso a los planes del Ayuntamiento y esto puso muy nervioso al joven concejal, a los paramilitares norteños, a los bomberos modélicos y a los basureros que hacía ya dos meses que habían dejado de fumar. Pero Madrid es una ciudad grande y no fue fácil hallar y eliminar a estos elementos subversivos. Hubo amagos de guerrilla en la Casa de Campo y en Ciudad Universitaria, pero los jóvenes popetis y los catedráticos de historia contemporánea carecían del temple, la preparación y el espíritu de sacrificio de los milicianos de la Guerra Civil Española. “Los matamos como a conejos”, resumió el capitán de uno de los comandos de limpieza en una entrevista concedida a Al Yazira.

Por aquellos días se encontraba en Madrid Abdul, el poeta frustrado que quería escribir una epopeya sobre los nómadas del desierto. Vino para cerrar un negocio con una agencia de viajes de aventura y el negocio fracasó y el decidió quedarse todavía unos días más. No entendió nada de lo que estaba ocurriendo, no escuchó los mensajes de megafonía, no leyó periódicos, ni recibió llamadas preocupadas de sus amigos marroquíes, porque Abdul llevaba días encerrado en un hostal de putas de la calles Fuencarral, aislado, con tapones en las orejas, sin apenas dormir, comiendo sólo botes de patatas pringles (verdes y rojas), intentando escribir su epopeya nómada, porque pensó (errónamente) que lejos de su casa, de su hábitat cotidiano, sería más fácil recibir la inspiración y con ella el impulso necesario para arrancar los primeros versos de su magna obra. No fue así.

Sin embargo el día que salió de su habitación y vio el pasillo silencioso, la recepción desierta, el ascensor estropeado y la calle vacía como un atardecer en el desierto, intuyó de golpe que algo grande o algo grave (o las dos cosas a la vez) había ocurrido en la ciudad de Madrid. Bajó caminando por Fuencarral hasta la Gran Vía y a cada paso que daba le venía a la cabeza un poderoso verso endecasílabo, y ya a la altura del Círculo de Bellas Artes comprendió que por fin podría empezar a escribir su epopeya, que tantos años de espera no habían sido en vano: habría epopeya, sí, pero no sobre los nómadas del desierto, sino sobre un marroquí que camina sólo por las calles de una ciudad vacía y describe el fin del mundo con ojos de turista, mezclando el aliento de una saga nórdica con las puntualizaciones prácticas de una Lonely Planet, entrelazando la descripción de estatuas de dioses en fuentes y azoteas con la transcripción de los carteles luminosos (aún encendidos) de las cervecerías (ya vacías), y la enumeración de los platos y precios de los menús del día que aún podían leerse, con el trazo de tiza acaso un poco borrado, en las pizarras de algunos bares. Una obra que no leerá nunca nadie porque posiblemente la vida en el mundo haya terminado. Pero no le importó. Mirando hacia las azoteas y cornisas de Alcalá y Gran Vía se acordó de su amigo funambulista y de cómo todas esas calles de la ciudad de Madrid parecían haber sido construidas exclusivamente para que él caminara por el cielo.

“En verdad el desierto es una puta mierda”, dijo en voz alta. Y luego siguió caminando y encadenando versos endecasílabos y menús
con postre
o café
incluidos.

Apostado junto a la estatua de la diosa Atenea, en la azotea del Círculo de Bellas Artes, un francotirador de Avilés tatareaba la música de James Bond y seguía los pasos de Abdul dentro de una mirilla de escopeta de cazador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pizza y cerveza