martes, 31 de marzo de 2009

Muralismos



Donde el autor escribe un rápido despacho desde la costa mexicana del Pacífico. Llegó aquí desde Cuernavaca y en breve seguirá camino hasta Cholula y después hasta el Distrito Federal, posiblemente la ciudad del mundo que más ganas tenía de conocer.

En Cuernavaca hay un Zócalo, un kiosko de música, colinas, cuestas pindias, un Palacio de Cortés con un mural de Diego Rivera, un ejemplar del periódico Reforma junto a un granizado del Italian Coffee con el siguiente titular:


Impone su ley en el Azteca
"el Tri venció ayer a Costa Rica
Omar Bravo abrió el camino
al triunfo con su gol
Y Pavel Pardo
remachó"


También hay una pintada cerca de un garaje de estacionamiento, debajo de una plaza.
Parece un dibujo a carboncillo. Un indio sentado, con tacones y dos ratas en los pies, y un pez volando sobre su cabeza. Junto a él dos mujeres, posiblemente dos putas, vestidas a la manera de los años 20 y una de ellas con los pelos volando en forma de alambrada. De fondo, pequeñito, un vampiro (aunque si te fijas de cerca, parece más un chulo ye-yé con camsiseta de rayas y un gordísimo abrigo de Astracán). En verdad, desconozco el aspecto de un abrigo de astracán, pero me vino la palabra rápido a la cabzeza y aquí la dejo.

Dicho así todo es un poco confuso, pero en breve descargaré la foto y los hipotéticos lectores podrán ayudarme a interprear este mural.

Fin del despacho.

jueves, 26 de marzo de 2009

Todos los caminos están abiertos



Donde el autor descubre a una periodista suiza que en los años 30 se dedicó a viajar por los territorios más inhóspitos de Asia para contarlo luego con un estilo a veces elegiaco, casi siempre victimista, en ocasiones conciso como una crónica periodística o con delirios de mártir,por momentos irritante y siempre devastadoramente triste.

Abdul,el poeta frustrado que quiere escribir una epopeya épica sobre los nómadas del desierto, acaba de leer dos libros de Anne Marie Schwarzenbasch, Muerte en Persia y Todos los Caminos están abiertos.

Los libros se los dejaron olvidados en el hotel unos periodistas españoles que estuvieron por el desierto en diciembre para escribir un reportaje para un revista de viajes. Él les invitó a su hotel, les ofreció comida y guía, les introdujo en los patios más hermosos de las kasbahs más desconocidas,les paseó por el pueblo, les defendió de una turba rabiosa cuando el fotógrafo intentó hacer fotos a una comitiva nupcial, les llevó a la única tetería donde televisaban el Barça-Madrid. Ellos, por su parte,se rieron de él.

De noche,siempre que termina de leer un libro, Abdul sale a pasear para relajar su cabeza, reducir su excitación y poder así conciliar el sueño. Nunca se aleja demasiado del hotel y siempre deja las luces encendidas. Hoy se ha quedado un rato mirando el hueco iluminado de la puerta y la ventana, y el claro de luna en el cielo, mientras piensa en esa chica caprichosa y atormentada, que es capaz de abandonar una clínica de desintoxicación para llenar un coche de mapas y cámaras con el que atravesar estepas,desiertos y cordilleras,sola o acompañada de otras muejeres, y que enferma de malaria, compra vodka en fumaderos de opio para luego emborracharse con los arqueólogos de Persépolis, que se enamora de mujeres tuberculosas vigiladas por padres terribles, que se martiriza en la búsqueda de lo extraterrestre y lo inhumano y que de repente, una noche,siente miedo al atravesar un jardín persa rodeado de altas tapias de barro o al escuchar desde su cama los gritos de los arrieros empujando a los camellos.

Abdul acelera el paso hasta el hotel y cierra la puerta sin mirar atrás.
"Pero a mi las campanillas de mis dromedarios no me dan miedo", intenta tranquilizarse.
Será mejor irse a dormir. Mañana viene un grupo de jubilados franceses.

viernes, 20 de marzo de 2009

Tortilla inescrutable

Donde el autor prosigue con sus asombrosos descubrimientos gastronómicos

El hombre que inventó la tortilla de patatas acaba de inventar el pincho de tortilla de patatas. Consiste en dividir la tortilla con un cuchillo, desde su centro geométrico hacia los bordes abombados, trazando triángulos con forma de quesito de trivial y servirlos aparte, en un plato, acompañados por un trozo de pan.

Primero ha pensado que era una tontería, un simple cambio de formato que nadie se iba a tomar en serio, una secuela de una secuela, como los ritmos repetidos de Manu Chao o los artículos de opinión de un gran periódico nacional, pero le acaban de llamar de una cafetería informándole de que está siendo un éxito absoluto.

El hombre que inventó la tortilla de patatas acaba de cumplir 30 años y piensa que los caminos del arte son inescrutables.

miércoles, 18 de marzo de 2009

El tramoyista que se inventaba monstruos marinos


Donde el autor se hace eco de un asombroso descubrimiento

El tramoyista contratado por los historiadores del futuro para recrear, con la máxima veracidad posible, las geografías y las gentes del Santander de la década de los 50 y el Madrid de 2009, ha tenido una idea genial.

Ya que el riguroso comité ejecutivo no le deja esconder un monstruo marino en la isla de Mouro, el tramoyista ha encontrado la manera de burlar la estricta burocracia del siglo XXIII: con ayuda de un becario de Bellas Artes ha escondido, en el archipiélago noruego de Svalbar, unos falsos fósiles de un monstruo inexistente “mayor que el tiranosaurio y capaz de masticar un todoterreno con la fuerza de sus mandíbulas”.

“Ponle 15 metros de largo y 45 toneladas de peso. Lo llamaremos Predator X”, dicta el tramoyista al becario.

¿Qué te parece?, pregunta el becario nada terminar su dibujo.

Que es una pena que no nos dejen soltarlo en la bahía de Santander.
Una pena.

lunes, 16 de marzo de 2009

Conversación entre un funambulista y un poeta frustrado


Enzyklofotopedia


Donde el autor regresa al desierto y recomienda leer el post escuchando, de fondo, la música que suena aquí

Mhammid, desierto marroquí.
Patio interior de una casa de adobe en el corazón de una kasbah, por donde entra una luz de portal de Belén.
Mientras hablan, el funambulista no puede quitar la mirada de las babuchas amarillas alineadas junto a la alfombra. Cuando habla necesita fijar la mirada en algo quieto y nunca en los ojos del interlocutor.
El poeta nómada se mueve como un gato obeso y anda como ido desde que leyó una antología de poesía bélica de los futuristas italianos. Se lo regaló un turista romano que quería escribir un libro sobre los tuaregs. El poeta, que tiene un hotel y media docena de dromedarios, le explicó que no había tuaregs en Marruecos, pero al romano no le importó. Un día, desapareció. No pagó la habitación, pero dejó un libro encima de la cama y una dedicatoria dentro del libro: Abdul, ¿te imaginas un combate en el desierto entre legiones romanas y tribus nómadas? Es una idea que me obsesiona.

Los dos beben té y comen pistachos.
Hassan, el anfitrión, les mira en silencio.

- No encuentro el tono a mi epopeya épica sobre los nómadas del desierto.
- No encuentro alturas dignas de mi arte.
- Pienso en el Mio Cid.
- ¿En quién?
- Un guerrero de Al Andalus.
- El desierto es plano. Necesitaría, al menos, dos minaretes gemelos, como esas torres que derribó Bin Laden. Así podría para caminar sobre el vacío.
- Tienes palmeras.
- Y tú los relatos de los ancianos. Podrías comenzar con el ataque del Frente Polisario en 1981, con Hassan cagándose en los pantalones (Hassan, que escancia los vasos de té, sonríe. Sí, se cagó, y qué). Alternar esos combates sucios de metralleta y granadas con sables y dromedarios del siglo XVIII.
- Podrías caminar entre las torres de la kasbah, o por el tejado de esta casa, de un lado a otro del patio. Los turistas vendrían a tomar el té y tu caminarías por encima de sus cabezas. Sería un espectáculo asombroso.
-Yo no quiero vender mi arte. No quiero que me hagan fotos, como a un dromedario.
- Pues a mi me gustaría que tradujeran mi epopeya al francés y que presentaran mi libro en París.

(Silencio)

- ¿Conoces a los futuristas italianos?
- No.
- Escribían cosas hermosas sobre la guerra.
- ¿Conoces la leyenda de los pozos?
- ¿Cuál?
- Esa sobre las hermosas mujeres judías que se refugiaban del calor del verano en pequeños salones subterráneos excavados en los pozos de agua. Se introducían en el brocal y bajaban por la cuerda hasta el agujero que daba entrada a sus palacios secretos. A veces el nivel del agua del pozo subía de forma abrupta y morían ahogadas junto a sus cojines de seda. A veces un marido cornudo cortaba la cuerda y las dejaba morir de hambre. En una ocasión, un marido demente contó que un figura medio humana, medio anfibia, había salido del agua para copular con sus mujeres. Lo cierto es que se hallaron escamas sobre la piel de los cadáveres desnudos.
-En esta casa vivió una familia judía. En 1949 se marcharon a Israel -intervino Hassan por primera vez.

Y por primera vez el funambulista apartó su mirada de las babuchas amarillas, y preguntó:

- ¿Dónde está el pozo?

martes, 10 de marzo de 2009

El oficinista que prefería seguir escribiendo



La ametralladora canta
las balas nos rozan las mejillas
con el sonido de un beso largo
y delicado que vuela
Si no fuera por el bárbaro hedor ondeante
de estas carroñas enemigas
podrían encenderse cigarrillos y pipas
es esta trinchera que se deshace al sol


En el Kobilek, Ardengo Soffici.

Donde el autor esboza un perfil de Alonso Pereda

Alonso Pereda carecía de esa feliz desenvoltura con la que los poetas futuristas se transformaban en soldados fascistas. Carecía del espíritu de sacrificio de los milicianos anarquistas, de la embriaguez alcohólica de los moros, de la desesperanza de los perdedores, del sentido de trascendencia de los corresponsales extranjeros. Carecía de ambiciones, de filias y de fobias. Sobrevivió a la guerra porque otros quisieron que sobreviviera. En cuanto a quitarse la vida, le faltaban ganas, valor y le tenía un miedo atroz a las sangre y al dolor. Cuanto más aterrador el mundo, más lejanos sus cuentos. Sabemos que durante su estancia en Santander comenzó a escribir relatos de ciencia ficción. El mundo, su mundo, era una recreación de historiadores del futuro y la isla de Mouro, a la entrada de la bahía de Santander, una licencia poética, un añadido caprichoso de un tramoyista enamorado de los bestiarios medievales. El tramoyista propuso esconder un dragón o una serpiente gigante dentro de la isla, pero el comité ejecutivo rechazó su idea por infantil, peligrosa y poco científica. Nunca, en ninguno de sus cuentos, a Alonso Pereda se le ocurrió la posibilidad de que todo fuera creación de un oficinista en sus ratos muertos. El oficinista, por su parte, prefería seguir escribiendo.

lunes, 9 de marzo de 2009

Monólogos de Babilonia

Donde el autor transcribe el monólogo de su amigo historiador.

“Todas las noches yacía con un hombre distinto, a quien mandaba asesinar a la mañana siguiente”.
Me sé esa frase de memoria.
Procede de un libro de mitología utilizado en los colegios de la Institución Lbre de Enseñanza durante los años 30.
Ella, la adúltera, la amante, es la mujer de Nabucodonosor II
(c. 630-562 a. C.)
conquistador de Jerusalén
y constructor de los Jardines Colgantes de Babilonia.
Cortesía de Wikipedia.

La historia llegó a España a través de un libro de cuentos de un autor del romanticismo alemán.
Un autor muy menor.
Estrecho colaborador de Alexander Von Humboldt.
La leyenda tuvo cierto impacto en la España de la Segunda República.
Las feministas reprodujeron la historia en encencidos panfletos.
Hay incluso una leyenda sobre esta leyenda: una supuesta zarzuela de Pablo Sorozábal con libreto de Valle Inclán que nunca vió la luz.
También recuerdo a mi abuela cantando una copla pícara sobre una mujer que asesina a sus amantes.

La historia de Alonso Pereda es, obviamente, una invención.
Aunque hay detalles reales.
como el asesinato de un redactor de sucesos de el Diaro El Sol.
Su cuerpo flotando en el Manzanares.
Los discursos incendiarios del general Anastasio Pereda desde Sevilla.
Las caricias en la espalda.
El hombre que busca, de madrugada,lumbre en la chaquerta de su bolsillo.
La cuesta de San Vicente.
los bombardeos sobre Gran Vía
el obrero anarquista.
el mendigo poeta.
la chica con dedos con olor a mandarina.

Te estás desviando del tema, le interrumpí.

Las hermosas monjas
Las hermosas monjas
Las hermosas monjas

Eso es rigurosamente cierto.

jueves, 5 de marzo de 2009

Los Jardines colgantes de Babilonia II


Carlistas buscando Guerra. Augusto Ferrer Dalmau

Donde el autor pide ayuda a un amigo historiador, por si él fuera capaz de explicar el por qué del titulo del cuento de Alonso Pereda, Jardines colgantes de Babilonia. Y para crear un poco de confusión ilustra el post con un cuadro carlista, que es una gente que da mucho miedo

Fui a buscarle a su casa, uno de esos edificios con grandes portales y porteros viejísimos que hay entre Santa Engracia y la Castellana. La voz del telefonillo del portal sorprendió a un chica (botas, medias, vestido negro, treinta y pocos años, una mandarina en la mano)en mitad de una calada al cigarro y al decir “soy yo” le salió una voz rara, pero bonita, y una especie de tos con humo. Con la puerta abierta del portal dudé si llamar de nuevo al telefonillo para avisar de mi llegada. Mi amigo, como todo historiador eremita, admite mal las interrupciones y mi visita, no anunciada, le pondría nervioso. Pero estaba la chica de la calada y la tos y me apetecía compartir con ella un ascensor decimonónico, con verjas y transparente y muy lento.Aunque sólo fueran dos pisos.

Conocí a mi amigo cuando él era profesor invitado en la Universidad Humboldt de Berlín. Por qué a un alemán podría interesarle el título de su seminario: 'la influencia del carlismo en la genesis del nacionalismo vasco' era para mi un incógnita. Pero a mi sí me interesaba. Y como a mi, a otro grupo de diez estudiantes alemanes, siempre tan políglotas, tan seguros de si mismo, con tan poco miedo a hablar en público. Mi amigo era una autoridad en historia contemporánea española. Su trilogía sobre la masonería y las revoluciones liberales del siglo XIX era una pequeña joya que despertó la admiración y la envidia de sus colegas, así como una columna ocasional en el suplemento cultural del ABC.

Pero a él, lo que realmente le gustaba era la historia antigua, lo que le ponía la carne de gallina y le hacía levantar los ojos de sus libros para evocar, mirando por la ventana, desaparecidos mundos lejanos, eran las civilizaciones de Mesopotamia, el Poema de Gilgamesh, el código de Hamurabi y el reino de Ur.

Por eso acudí a él, para que me descifrara el titulo del cuento de Alonso Pelayo: Los jardines de Babilonia.

Llamé a la puerta. Un piso más arriba unos dedos con sabor a mandarina metían la llave en la cerradura.

lunes, 2 de marzo de 2009

Los Jardines colgantes de Babilonia



Donde el autor rescata uno de los extraños cuentos (o más bien un borrador o un apunte para un cuento) escritos por Alonso Pereda durante la Guerra Civil. Aunque algunas de las historias aquí mencionadas si se incluyen en el libro ‘Apocalipsis rojo’ de 1941, el relato que nos ocupa es inédito. Desconoce el autor si la censura franquista vetó la historia de la mujer asesina o si fue, por el contrario, el propio Alonso Pereda quien prefirió eliminarlo de la edición final. No se pronuncia el autor sobre la posible veracidad de la historia.

Todas las noches yacía con un hombre distinto, a quien mandaba asesinar a la mañana siguiente.

Formaba su guardia personal un mendigo poeta, un obrero anarquista y el hijo pequeño de una familia de la alta burguesía de Madrid.

Al principio, fue un degollamiento. Nos imaginamos al obrero anarquista, a quien ella ha conocido durante sus primeros meses de hambruna en Madrid, vigilando la casa de su amada, amante, amiga, protectora; nos imaginamos a un hombre que abandona la casa poco antes del amanecer y que una vez en la calle busca lumbre en los bolsillos de su chaqueta. Con la primera calada llega la primera puñalada torpe y débil. El amante se revuelve contra su agresor y, ahora sí, el obrero anarquista logra cercenarle el cuello.

El segundo amante muere envenenado en una cafetería; el tercero cae a las vías del metro. Durante una época se divierten fingiendo suicidios y los amantes aparecen ahorcados en sus habitaciones o desangrados en sus bañeras. A veces actúan por separado, en otras ocasiones los tres juntos. A veces eliminan al amante esa misma mañana, siempre lejos de la casa. Más tarde descubren el placer de la espera y la persecución, del tormento y el acoso minucioso.

Pasan los años.

Siguiendo la pista de un banquero desaparecido, un inquieto redactor de sucesos del diario El Sol llega una tarde a casa de la reina. Siguiendo sus piernas y sus caderas aparecerá flotando en el Manzanares. Sus compañeros atribuyen su muerte a un crimen político y Ortega y Gasset escribe un encendido editorial denunciando la crispación política, y exigiendo una inmediata investigación.

Llega la guerra y matar es en esos años más fácil. “Quiero un condenado a muerte”, anuncia una noche la reina. Y el obrero anarquista acude a la cuesta de San Vicente donde cada noche mueren fusilados varios falangistas, quintacolumnistas y enemigos del pueblo. Esa noche de fabulosos bombardeos sobre Gran Vía aparezco yo en escena. Tengo 25 años, estoy borracho y me van a fusilar. Por espía, por supuestas señas luminosas hechas desde mi piso de Pintor Rosales, por los discursos radiofónicos de mi padre desde Sevilla. Voy a morir, posiblemente denunciado por un brigadista polaco con quien he compartido cama, mujer y botella de orujo la noche anterior.Un miliciano me señala, muestra unos papeles a los soldados que me escoltan y de pronto me suben a un coche. Madrid retumba y yo duermo.

Me despierto junto a ella. Me da de comer, me dice que me tumbe en la cama. Mientras me acaricia la espalda me cuenta divertidas historias de vampiros respetables que hacen tertulia en el Ateneo. Me habla de un burdel secreto para altos mandos del ejército nutrido exclusivamente por monjas traídas de toda España. Hermosas monjas, añade. Me habla de presos enterrados vivos en los sótanos del Palacio Real, de una cárcel gigante en el frontón de Recoletos. De una bomba capaz de destruir una ciudad en diez segundos. De monstruos marinos diseñados en laboratorio. De una ola gigante saliendo del estanque del retiro que baja por Alcalá hasta cubrir la estatua de Cibeles.

Esa noche yace conmigo, pero no me manda asesinar a la mañana siguiente.

En su lugar me explica la historia que yo te cuento ahora. Me explica que a la mayoría los matan esa misma mañana, a otros pasados varios días, pero que a mi me van a matar dentro de muchos años, porque así es más divertido y porque yo soy un superviviente. Que ella misma se encargará de que siga vivo hasta que llegue el momento. Me acompaña a la puerta, me da un beso de despedida. En la calle distingo una sombra, pero no me sigue. Tiene tiempo. Tienen tiempo. No hay prisa. Tienen toda la vida por delante para matarme.

Minuto y resultado


Donde al autor se pegunta qué será de sus personajes y se contesta.

El hombre que inventó la tortilla de patatas se siente, de pronto, vacío e inútil.

La pollera del mercado de Chamberí se pregunta si la vida sólo es huevos grandes, contramuslos, musiltos, alitas y conejos.

Alonso Pereda lleva dos días encerrado en su habitación con vistas a la playa del Sardinero. En la redacción de ABC de Madrid siguen esperando su crónica sobre la ballena varada.

El Capitán Katiuskas tiene la sensación de que le siguen.

El espía que espía al capitán Katiuskas tiene la sensación de que le han descubierto.

Abdul piensa un título para su epopeya épica sobre los nómadas del desierto.

Max, Roberto y Lucía compran tres billetes de ida de Santander a Madrid (en tren) para ir a buscar a Ambrosius y preguntarle en persona sobre el asombroso caso del Capitán Katiuskas.

Como todas las tardes, Ambrosius se colapsa exactamente a eso de las seis del tarde.

(Desde su puesto de trabajo se ve una ventana
un par de azoteas
fragmentos de cielo
una pila de libros en primer plano
una botella vacía de Solans de Cabras
y nada más

eso es lo que se ve
desde su puesto de trabajo
a la seis de la tarde

Fundido en negro)

Llaman a la puerta de Alonso Pereda.