"No es un viaje, los viajes terminan pero nosotros continuamos", declama Brad Pitt en sepia y con cara de toma falsa de Babel, esa película-ripio en que todos sufren de una manera preciosista, intensísima e inverosímil, que es como a los críticos de cine más les gusta el sufrimiento.
Sale un actor eyaculando para dentro diciendo palabras
aparentemente herméticas y el espectador se queda con la sensación de que, a
pesar de no haber entendido nada, el mensaje esconde un sutil fogonazo de
sabiduría. Dicho con otras palabras, si el anuncio de Channel lo hubiera rodado
un director surcoreano y tuviera dos horas más de duración, habría ganado el
León de Oro del Festival de Venecia.
Yo entiendo que el anuncio es coherente con el zeitgeist de
retórica espesa que sufrimos, y del que para bien o para mal solo escapa Mourinho
con su prosa amargada pero transparente. Sin embargo, creo que el anuncio
hubiese sido más poderoso si en vez de buscarle las cosquillas al universo, se
hubiera limitado a recitar esa frase cowboy de Zane Grey: “Ella se revolvía entre sus brazos y él le
dijo: quieta potrilla”. De fondo,
se escucharía un relincho femenino de Angelina Jolie y una manada de búfalos galopando. Miles de adolescentes
poligoneros asaltarían las boutiques de Serrano al grito de “Angelina”.
De los anuncios de colonia, como los cerdos, se aprovecha
todo. Y Chanel Pitt no es una excepción. Esas frases misteriosas deben leerse
como un manual de instrucciones de uso para la vida cotidiana. Su empalagosidad
celeste lo convierte en un arma infalible en cuestiones amorosas.
“No es un viaje, los viajes terminan pero nosotros
continuamos”. Es la frase perfecta para cortar relaciones y quedar como un
caballero enigmático. Provoca un efecto paralizante en la otra persona, incapaz
de rebatirte el argumento. Cualquier defensa es inútil. Qué mejor que el
misterio insondable para cercenar esa innata soltura femenina hacia el reproche socrático. Está
demostrado que donde tú ensayas una onomatopeya dubitativa, ella fabrica una
tesis académica con su sujeto, con su verbo y con su predicado.
“Pero si nos casamos mañana y mi padre tuvo que sobornar al
obispo para que nos cediese el Escorial”, balbuceará ella. A lo que tú, con
gesto indignado, replicarás: “¿No te acabo de decir que los viajes terminan
pero nosotros continuamos, que el mundo gira pero nosotros giramos con él. Que
los planes se desvanecen. Que triunfan los sueños?”. Fin de la discusión.
La frase, llevada al extremo sirve también para la discusión
de tareas domésticas. Ella: “La cocina está hecha una mierda. Te tocaba fregar”.
Él: “Los planes se desvanecen. Triunfan los sueños”. Ella: “¿Por qué no me
llamaste en todo el fin de semana”. Él: “Porque a donde quiera que vaya, ahí
estás tu. Mi suerte, mi destino, mi fortuna”.
El peligro, como siempre, es que ella se salga del guión y
después de escuchar indiferente tu perorata Chanel, se coloque el mechón detrás
de la oreja como quien desenfunda una navaja, apoye su mano sobre tu hombro
como quien da el pésame, con un leve impulso de su dedo te haga girar sobre ti
mismo como si fueras un maniquí; se aparte luego unos pasos hacia atrás para
adquirir perspectiva de sastre con alfileres en la boca, contemple tu culo como
quien elige encimera de cocina y diga: “Cariño, tú no eres Brad Pitt. Aunque tengas razón en eso de que los
planes de desvanecen. Eso mismo pensé yo ayer en brazos de ese negro tan
simpático que vende pañuelos a la salida del Carrefour. Tendrías que oir cómo
me llamaba potrrrrilla, así, potrrrilla, estirando las erres”.
Porque esa es quizá la enseñanza más importante de este artículo.
La vida real se parece más a una barata novela del oeste que a un caro anuncio
de Chanel.