jueves, 18 de octubre de 2012

Chanel Pit y la potrilla Angelina


"No es un viaje, los viajes terminan pero nosotros continuamos", declama Brad Pitt en sepia y con cara de toma falsa de Babel, esa película-ripio en que todos sufren de una manera preciosista, intensísima e inverosímil, que es como a los críticos de cine más les gusta el sufrimiento.

Sale un actor eyaculando para dentro diciendo palabras aparentemente herméticas y el espectador se queda con la sensación de que, a pesar de no haber entendido nada, el mensaje esconde un sutil fogonazo de sabiduría. Dicho con otras palabras, si el anuncio de Channel lo hubiera rodado un director surcoreano y tuviera dos horas más de duración, habría ganado el León de Oro del Festival de Venecia.

Yo entiendo que el anuncio es coherente con el zeitgeist de retórica espesa que sufrimos, y del que para bien o para mal solo escapa Mourinho con su prosa amargada pero transparente. Sin embargo, creo que el anuncio hubiese sido más poderoso si en vez de buscarle las cosquillas al universo, se hubiera limitado a recitar esa frase cowboy de Zane Grey: “Ella se revolvía entre sus brazos y él le dijo: quieta potrilla”.  De fondo, se escucharía un relincho femenino de Angelina Jolie  y una manada de búfalos galopando. Miles de adolescentes poligoneros asaltarían las boutiques de Serrano al grito de “Angelina”.

De los anuncios de colonia, como los cerdos, se aprovecha todo. Y Chanel Pitt no es una excepción. Esas frases misteriosas deben leerse como un manual de instrucciones de uso para la vida cotidiana. Su empalagosidad celeste lo convierte en un arma infalible en cuestiones amorosas.

“No es un viaje, los viajes terminan pero nosotros continuamos”. Es la frase perfecta para cortar relaciones y quedar como un caballero enigmático. Provoca un efecto paralizante en la otra persona, incapaz de rebatirte el argumento. Cualquier defensa es inútil. Qué mejor que el misterio insondable para cercenar esa innata soltura femenina hacia el reproche socrático. Está demostrado que donde tú ensayas una onomatopeya dubitativa, ella fabrica una tesis académica con su sujeto, con su verbo y con su predicado.

“Pero si nos casamos mañana y mi padre tuvo que sobornar al obispo para que nos cediese el Escorial”, balbuceará ella. A lo que tú, con gesto indignado, replicarás: “¿No te acabo de decir que los viajes terminan pero nosotros continuamos, que el mundo gira pero nosotros giramos con él. Que los planes se desvanecen. Que triunfan los sueños?”. Fin de la discusión.

La frase, llevada al extremo sirve también para la discusión de tareas domésticas. Ella: “La cocina está hecha una mierda. Te tocaba fregar”. Él: “Los planes se desvanecen. Triunfan los sueños”. Ella: “¿Por qué no me llamaste en todo el fin de semana”. Él: “Porque a donde quiera que vaya, ahí estás tu. Mi suerte, mi destino, mi fortuna”.

El peligro, como siempre, es que ella se salga del guión y después de escuchar indiferente tu perorata Chanel, se coloque el mechón detrás de la oreja como quien desenfunda una navaja, apoye su mano sobre tu hombro como quien da el pésame, con un leve impulso de su dedo te haga girar sobre ti mismo como si fueras un maniquí; se aparte luego unos pasos hacia atrás para adquirir perspectiva de sastre con alfileres en la boca, contemple tu culo como quien elige encimera de cocina y diga: “Cariño,  tú no eres Brad Pitt. Aunque tengas razón en eso de que los planes de desvanecen. Eso mismo pensé yo ayer en brazos de ese negro tan simpático que vende pañuelos a la salida del Carrefour. Tendrías que oir cómo me llamaba potrrrrilla, así, potrrrilla, estirando las erres”.

Porque esa es quizá la enseñanza más importante de este artículo. La vida real se parece más a una barata novela del oeste que a un caro anuncio de Chanel.