jueves, 30 de julio de 2009

Rakeros revisited

Donde el autor ofrece una versión actualizada de mitología portuaria



Vi a adolescentes tirarse de cabeza a la bahía, como si fueran las estatuas de los rakeros, y pensé que Santander empieza a imitarse a sí misma tal y como debió de ser hace cientocincuentaños o tal y como se la imaginó el escritor costumbrista José María Pereda hace cientocincuentaños, cuando escribía estampas elegiacas sobre pescadores que huían de galernas a bordo de una trainera


(A Pereda, que probablemente jamás se subió en una trainera, le asesoraba en temas marinos su amigo Fernando Pérez de Camino, un médico rico, y por lo tanto ocioso, que pintó el cuadro de arriba. La isla que se distingue al fondo es la isla de Mouro)

Y el día en el que se celebraba el campeonato regional de traineras vi en el paseo marítimo a seis barcos pesqueros descargando cestos amarillos llenos de pescado fresco. Los pescadores (del barrio pesquero y del mismísimo Africa, los primeros tatuados y los segundos con enormes katiuskas amarillas) procedieron a regalar su captura, a gritos y como protesta contra un puente, entre el asombro de algunos paseantes que corrieron a buscar bolsas y ponerse a la cola, y el bochorno de otras damas más finas que, al ver a sus madres acercarse al corrillo de escamas y plástico, gritaban cosas como: pero mamá, ¿qué haces?,
que es una frase que denota a la vez
reproche
y vergüenza

reproche por cómo se te ocurre caer tan bajo

y vergüenza de qué pasaría si alguien nos viera o peor aún si nuestra foto saliera en El Diario Montañés

Yo conseguí tres bolsas llenas de caballas y chicharros. Esa misma noche mi madre sacó las tripas a los pescados (y yo los iba colocando, a continuación, debajo del grifo) y mientras tanto me hablaba de algunos emigrantes castellanos de su pueblo que fueron a trabajar al País Vasco y que tuvieron hijos que luego fueron terroristas. Uno de ellos se mató hace muchos años poniendo una bomba. La otra, una chica, fue detenida hace un mes. Luego yo le pregunté si ella, de pequeña, en los 50, comía pescado en su pueblo de Castilla.

Y me dijo que sí.


miércoles, 29 de julio de 2009

La bien querida

Donde al autor baja a Extremadura para escuchar una copla y termina en Portugal viendo el tour de Francia



Fui a Extremadura a escuchar una canción, pero llegamos tarde, pero no importó porque atardecía y a lo lejos se veía el castillo de Alburquerque y le pregunté al piloto cómo se llamaban aquellos árboles, sé poco de flora, se poco de fauna, no se describir paisajes, pero aquel paisaje al atardecer (diría sin pudor que bañado por luz de melocotón, pero qué cursi) exigía memorizar una descripción y para eso necesitaba palabras que desconozco.

Al día siguiente crucé a Portugal por un tronco sobre un río. Y esto es Portugal, dijo mi anfritrión. A los 10 segundos volvimos a España y yo tenía miedo de caerme al riachuelo por culpa de mis chanclas frágiles y deslizantes sobre el rugoso tronco. Me hablaron de contrabandistas, que aquí llaman mochileros, que llevaban café hacia España y tocino hacia Portugal y que han desaparecido, los contrabandistas, que aquí llaman mochileros, por culpa del mercado único de la Unión Europea.

Volvimos a cruzar a Portugal, esta vez en coche, para comer en el restaurante de Joao Grosso en un pueblo llamadao Alegrete. El entrecote no era entrocot, sino costillas de color apagado, los langostinos estaban tan fritos que era imposible arrancarles la piel y el bacalao más salado de lo deseado. El postre era azúcar de color chocolate,pero la bica era contundente y en ese momento, en la televisión portuguesa que nadie veía, Contador le sacaba más de un minuto a Armstrong y Joao en persona nos despidió uno a uno con una solemne sacudida de mano justo antes de traspasar la puerta hacia la calle donde a esas horas solo había cuatro viejos, y aun ellos a la sombra, y quietecitos no fueran a morirse




Obviamente volvimos a España cantando coplas

miércoles, 22 de julio de 2009

Playstation

Donde el autor empieza a leer `Playsation´ de Crisitina Pieri Rossi caminando por la calle, bajo el sol de Madrid a mediodía, y lo termina en el sofá de casa después de un plato de tomates con anchoas, Tour y siesta (por este orden) y corre al ordenador para recomendar su lectura a sus hipotéticos lectores.

Cristina Pieri Rossi juega a la play station en navidades escuchando música clásica y cuando sale en televisión ganando un premio las mujeres marxistas de su barrio le retiran la palabra en el mercado.

Cristina Pieri Rossi ha tenido muchas amantes entre sus traductoras, aunque ellas no siempre supieron encontrar la palabra exacta. En una ocasión escribieron outsider por advenedizo
Palabra que, es preciso aclarar, procede de advenimiento
Y a Cristina no le gustó.

También hubo una traductora berlinesa que le preguntó a Cristina Pieri Rossi a qué se refería exactamente con eso de flotar, porque en alemán no es lo mismo
flotar en el aire
que flotar en el mar.
No es lo mismo.

A Crisitina Pieri Rossi a veces le atropella un coche y tumbada en la cama del hospital reflexiona sobre la utilidad de la literatura y recuerda a universitarias de Illinois que le preguntaban cosas como
¿Por qué escribes?
¿para quien escribes?

Cristina Pieri Rossi recomienda menopausias a las buscadoras de experiencias espirituales y a peticion de un editor escribe epitafios como este:
Si no pedí que me trajeran
¿Por qué me echan?

Cristina Pieri Rossi sueña que se acuesta con su madre. Sus amigos y sus amigas no, lo cual no es tan raro, teniendo en cuenta que las madres de sus amigos y de sus amigas no son guapas.

A Cristina Pieri Rossi los quiosqueros le piden que escriba su biografía en 300 páginas.
Y ella rechaza.
Mejor escribir su propia autobiografía y vendérsela a su editora.

Cristina Pieri Rossi lo único que le pide a los premios literarios es dinero y a los congresos de escritores, un hotel con vistas al mar. Y lo que más le gusta es escuchar, acompañada de su amante, a Mina cantando Margherita de Cocciante
en blanco y negro en la Rai
en casette
O en Youtube.

martes, 21 de julio de 2009

Nunca subas a una guiri a hombros

Donde el autor, enfrentado de nuevo a la rutina de trabajo, recuerda, lleno de pulseras, las últimas horas del FIB



Mis vecinos irlandeses del FIB, discretos y educados, se despertaron en el suelo a eso de las 10 de la mañana (hora límite de supervivencia en sueño bajo el sol), abrieron sus mochilas, guardaron en ellas los restos de su vestuario desparramado alrededor de una botella de vodka vacía, se despidieron de nosotros con un gesto de cabeza y un susurro, y marcharon por el camino pedregoso, a esas horas ya demasiado soleado, rumbo, imagino, a algún avión de RyanAir. Atrás dejaron su tienda de campaña abandonada, al igual que la gran mayoría de fibers extranjeros. El Benicàssim finisecular es como un supermercado gratis. Los españoles, si tienen tiempo, ganas y coche, eligen el modelo y el color de tienda de campaña que más les gusta y renuevan, en una mañana, toda su equipación deportiva.

La inglesa que a las 7 de la mañana se introdujo en la tienda de un vecino inglés de pelo blanco se despierta a ratos debajo de su sombrilla, estira el brazo y toca el césped con gesto evocador de anuncio de compresas. Su compañero de noche se tumba junto a ella y se dedican las últimas carantoñas antes de marcharse, cada uno por su lado, por el camino pedregoso y a esas horas demasiado soleado, rumbo, imagino, a algún avión de Ryan Air. Por el camino es posible que se detengan en el puesto de frutas a tomarse un zumo recién exprimido o una rodaja de sandía muy roja, que además de refrescante combina muy bien con la blancura de la piel extranjera; a veces roza el icono pop si la comedora de sandías porta, pongamos por ejemplo, una gafas de sol amarillas en forma de corazón.

La visión de la zona de acampada abandonada estremece y uno se pregunta cómo es posible que en ese pedregal lleno de basura haya sido posible la vida en la tierra. Los limpiadores de peto amarillo se dirigen en dirección contraria a los fibers que abandonan la luna y registran con precisión de zapadores anti minas los bordes del camino en busca de posibles tesoros. A veces se encuentran con un billete de Renfe y miran detenidamente el contenido, por si pudiera servirles la ida o la vuelta. No tienen prisa, saben que arriba les espera un baúl suculento.

Mi coche de regreso tenía anunciada la salida entre las 9 y las 11 de la mañana, más cerca de la 9 que de las 11, me informaron en mitad del concierto de Rinocerose. Partimos a las 8 de la tarde, después de comernos una paella en un apartamento de Oropesa, con vistas a Marina d`or, propiedad de una prima amiga de un amigo de un amigo del copiloto del coche en el que viajábamos.


Atravesando La Mancha, entre Toros en el horizonte y ampollas en mis pies, pienso en esa franja del FIB que hay entre el escenario verde y el Vodafone, en donde todas las músicas del recinto se acoplan en una sola melodía incomprensible y polifónica que, ahora comprendo, es la banda sonora más apropiada para ese paisaje de vasos de plástico que decora el suelo como una explosión de cómic.




Durante el aburrido concierto de The Killers, una guiri menuda solicita subirse a mis hombros españoles. Acepto y, de entrada, caigo de rodillas al suelo como un costalero sevillano. Igual que en alguna ocasión salvé las cervezas, salvo ahora la integridad de la guiri. En ambos casos a costa de mis rodillas. En enfermería limpian mi hilillo de sangre en las piernas y me hacen rellenar el parte de bajas, nombre, edad, origen. Soy la única víctima cántabra de la noche.Cuando les explico mi historia, todos me preguntan por el estado de la guiri. A ella no le pasó nada, les explico orgulloso.

Suena el Danubio Azul de Strauss y los fibers vuelan y una adolescente llora desconsolada en el suelo porque, como explica en declaraciones en exclusiva para Soitu, es el último día del FIB. Mucha gente se para a su lado a interesarse por su salud, pero ella se decanta por el numerito de niñata inconsolable. Mi interlocutor interrumpe la conversación con una ráfaga de vómitos en el contenedor de basura. Sabía que esto me iba a ocurrir, dice con el aplomo de la profecía autocumplida y da otro trago a su copa de 7,50 pagado en tres papeles rosas de monopoli festivalero. Yo prefiero pasarme por la barra libre de Heineken a la que me da acceso una elegante pulsera negra, pero pronto mis amigos me abruman con peticiones. Con 5 cervezas en la mano es imposible mantener el equilibrio en el último escalón de la barra Heineken y caigo al suelo justo a los pies del segurata. Nace así el principio de una insobornable enemistad. A partir de entonces me vigilará de cerca y me obliga a tomarme las cervezas dentro del recinto. Ante esta adversidad, bebo solo mientras miro a una camarera pelirroja que se peina el pelo en la barra, con dos dedos de espuma. Que se jodan mis amigos.

Esta mañana mi novia también me ha preguntado por la historia de la guiri. Dice que mi explicación le recuerda a la lesión de Cañizares cuando, en plena convocatoria mundialista se lesionó con un frasco de colonia, o a George Bush cuando se cayó al suelo por atragantarse con una galleta. Si te has inventado algo tan absurdo, cómo será la verdad..., sentencia.

Lo cierto es que la guiri apretaba mucho y hoy apenas puedo mover el cuello.




Publicado en soitu

Estamos trabajando para acabar con el viento

Donde el autor cuenta lo que le ocurrió el primer día de su primer festival de Benicàssim y lo compara, de pasada, con las galernas del Cantábrico de su niñez que forjaron en él, como diría Gil de Biedma, una incorregible tendencia al mito

En el norte cuando sopla el viento o se ven nubarrones encima de la playa, los lugareños miran al cielo y sentencian optimistas con fingidas caras de lobos de mar: levantará, que significa nube pasajera, no te preocupes, volverá a lucir el sol, es mentira que siempre llueva, la culpa es del hombre del tiempo.

Ayer, en Benicàssim apareció el viento ("como un tornado, mamá", explicaba una adolescente esta mañana) y se apagó la función. Los voluntarios, los camareros y los miembros de seguridad del FIB no sólo no creían que el vendaval fuera pasajero, sino que anunciaban, con un deje de orgullo profesional, la posibilidad (o más bien la certeza) de que habría muertos: "Yo de vosotros me iría, yo de vosotros tendría cuidado, si se vuela una carpa o se suelta un tornillo podría haber muertos".

El viento soplaba cada vez más fuerte y el grupo de chicas que prometía a gritos meterse cuatro millones de rayas chocó con un escenario acordonado donde debían haber tocado (y no tocaron, tal vez hoy, se rumorea) Los Planetas. Horas antes, el líder del grupo granadino, J, se había paseado por ese mismo escenario mientras sonaba, de fondo, un Nacho Vegas en plenas facultades. Luego llegó el turno de Paul Weller y el campo detrás de la tribuna de prensa ardió. Un cigarrillo mal apagado, dicen hoy los periódicos. Un guiri quemado, sostiene Álvaro.

"¿Es normal esto en España?", preguntaba una inglesa a la una de la madrugada mientras volaban a su espalda algunas tiendas de campaña, se desgarraban toldos y grupos de guiris corrían tras sus sombreros voladores como en un canódromo. "In the north yes. Here no", contestó un español vestido con un traje de baño de cuerpo entero de comienzos del siglo XX, culito respingón muy celebrado por guiris rosadas, tostadas, con pecas, rubias, pelirrojas. En ese momento Ambrosius y Álvaro se cruzan otro mensaje: el primero pregunta al segundo qué se sabe. El segundo contesta al primero: "the answer my friend, is blowing in the wind".

Como en los huracanes del Caribe o las nevadas de la Nacional 1 a su paso por Burgos, se habilitó el polideportivo de Benicàssim para los fibers que salieron huyendo del camping centrifugado. En este mismo escenario debería haberse jugado, esta mañana, el clásico partido benéfico entre artistas y periodistas. Suspendido, informa una policía local que acaba de pedirle a una amiga por teléfono que mire en el periódico Las Provincias, a ver si ha salido su foto. "Tampoco hay paella", se lamenta. El campo de fútbol ha sido invadido por ingleses que improvisan un partido de "camisados" contra descamisados y los primeros vencen a los segundos por un tanteo aproximado de 30-1. Hay un dandy, con sombrero rosa en la mano izquierda, que se mueve en el medio campo con la lánguida elegancia de Guti. Yerra un gol a puerta vacía y la grada se lo reprocha. A la segunda no perdona.

En las gradas, una pareja londinense relata su tragedia: el año pasado compraron unas entradas para ver Kings of Leon y las entradas eran falsas. Probaron suerte en el concierto de Madrid en Marzo. Lo suspendieron. Repitieron ayer en el FIB. Sopló el viento. Al menos, el hombre que anoche les anunció la mala nueva dejó para la posteridad una de esas frases mágicas, que darían para otro artículo entero: "Estamos trabajando para solucionar el problema del viento".

Disculpen las molestias.


Publicado en Soitu

miércoles, 15 de julio de 2009

Las correcciones de Lola

Donde el autor prosigue con sus clases prácticas de periodismo.

Aquel verano trabajé rodeado de mujeres, entre ellas una jefa de ojos azules, que se llamaba Ana, y que olía a crema de playa y a tabaco negro. Recuerdo con devoción las correcciones de Lola, sus grandes y puntiagudos pechos, su cara de niña envejecida. “Crece la necesidad y posibilidad de tormentas”, tituló hace años, mucho antes de que yo llegara, el parte meteorológico del mediodía. El amarillento teletipo (pronúnciese despacho) colgaba todavía en el corcho de la redacción, junto a las fotos de los consejeros regionales del último gobierno (que convenía aprenderse de memoria, como la tabla de los elementos y que luego he olvidado, como las valencias de la tabla de los elementos).

Lola se sentaba a mi lado y tecleaba mi ordenador, subía y bajaba por mis frases y mis párrafos en busca de errores gramaticales y de forma (el espacio después de la coma, la mayúscula, qué decir de las comas) y añadía muletillas como “informó hoy” para rematar siempre la última línea del primer párrafo de todos los comunicados del Gobierno. A Lola podía hacerle cosquillas mientras me borraba palabras y Ana, desde lejos, nos dejaba hacer. Todos fumaban. Algunos sabían teclear utilizando los 10 dedos, como C. (que lo sabía todo, trabajaba mucho y bien, me hablaba de traineras y no era feliz), y otros, como yo, pisábamos las letras a cuatros dedos, dos por mano, con lentitud de aguja de gramófono.

R, que escribía a dos dedos, uno por mano, fingía las correcciones con un dedo en los labios, como si mandara callar a la pantalla y finalmente enviaba mis noticias intactas. Compraba mi silencio con cigarros que caían del techo. Yo interpretaba su pereza como confianza en mi prosa y fumaba tranquilo. “Trabajando por dinero”, solía contestarme. Él me enseñó la felicidad de la prostitución profesional, la saludable costumbre de no tomarse el trabajo demasiado en serio. M. era intransigente y cariñosa (o tal vez yo demasiado pusilánime), especialmente dura en las correcciones del mediodía y más laxa a medida que pasaban las horas y crecían los comunicados. En cualquier caso, siempre eran notas aburridas, mecánicas. Te consolabas con ese latiguillo de la profesión de que el periodismo se aprende en las agencias. Y en sucesos. Y sin latín es imposible aprender a hablar y pensar correctamente, que decían mis profesores en el instituto, en el fondo, sin mucha convicción.

No fue un verano especialmente lluvioso, pero comencé a escribir un libro que titulé "La inutilidad de los paraguas". Es importante acumular títulos, aunque luego no escribas los libros.

Al año siguiente marché a Canarias. La redacción de Tenerife estaba situada en un viejo edificio de oficinas sin aire acondicionado junto al puerto, en una estrecha calle peatonal con vistas al mar. La oficina de enfrente pertenecía a la consignataría de buques Southern Agencies, en donde trabajaban dos o tres personas, creo recordar, una secretaria siempre de espaldas y un anciano trajeado, aunque puede que mienta. En mañanas de muy poco trabajo nos reuníamos en torno a una mesa redonda situada junto a la ventana. Pasábamos (decir leer sería excesivo) las hojas de los periódicos locales en busca de noticias de Efe, y a veces asomaba la cabeza en la redacción algún oficinista de otra planta para preguntarnos, a modo de saludo, por las últimas noticias del mundo y de la isla, como si el redactor asomado a la ventana y los dos becarios acariciando periódicos perteneciesen al eléctrico y vertiginoso mundo del periodismo, como si aquel pacífico pelotón tuviera, a mediados de agosto y con vistas al mar, alguna información relevante sobre los secretos movimientos del mundo.


p.d: "no confundir coletas con escotes", oigo a mis espaldas.

viernes, 10 de julio de 2009

Un especie de advertencia

Donde el autor, antes de su inminente debut en el FIB, pide consejos e información útil a dos amigos veteranos en los combates del Eurodisney popeti. Y con estos mimbres elabora una especie de advertencia, a medio camino entre la guía de supervivencia y el bestiario antropológico.

La I de FIB no significa independiente, ni siquiera internacional como creen otros, sino “Ingleses desfasando con sus grupos favoritos (también Ingleses) de fondo". Les reconocerás por sus particularidades étnicas (piel rosa vuelta y vuelta), por esa vitalidad propia de la bestia recién sacada de la jaula y porque son los únicos que desayunan vodka caliente.

En el FIB casi todo cuesta dinero, salvo las bebidas de promoción y los condones. Como dice mi amigo Marlowe, "a los popetis altos, bajos, gordos o flacos nos gusta llevar camiseta pequeña y, por alguna razón, las empresas que reparten preservativos deben de pensar que también nos gustan los condones pequeños”.

La programación musical funciona como un Congreso del POP, con varios escenarios simultáneos. No hay gente ni ganas para llenarlos todos, así que si quieres ser el primer crítico musical que descubre la revelación del festival, vete a media tarde a un escenario apartado a escuchar un grupo desconocido que toca ante 40 groupis quemados por el sol. Ponte crema.

Si prefieres artistas consagrados, que sepas que Nacho Vegas se puede permitir el lujo de tocar cuatro canciones y decir “adiós” y que a todo el mundo le parezca de puta madre. Este año acudirá también Cristina Rosenvinge, la rubia lánguida que hace chas y aparece junto a Sonic Youth, y, aunque estén anunciados por separado, siempre cabe esperar alguna sorpresa.

Por la noche-madrugada, el festival muta hacia el pop electro galáctico (como dirían en icat.fm). Es en este momento cuando surge el abismo entre los que se alimentan a base de cerveza (que comienzan a desfallecer) y los que no se alimentan, sino que se enriquecen. Sin embargo, todo fluye por encima de razas y filias: hay un movimiento constante entre la zona de conciertos y la zona de acampada. De esta corriente depende el frágil ecosistema del festival. No se sabe qué puede ocurrir si alguien se detiene de golpe en mitad de la subida o en mitad de la bajada y preferiríamos no saberlo.

Mimetízate: cuando, hace dos años, tocó Pulp, las tiendas de campaña empezaron a vomitar clones de Jarvis Cocker, flequillote, gafas de pasta negra, pinta de niño mimado... Y este año, la pregunta es: ¿cómo te disfrazas de Gallagher? Lo importante no es la ropa, sino la actitud: basta con que le rompas la cabeza a los de la tienda de al lado y te mees en su frigorífico, mientras repites eternamente el mismo estribillo, con esa cadencia épica de parece-que-voy-a terminar- pero-no termino-es más-vuelvo a empezar con fuerzas renovadas. Cuando suene el primer acorde de Franz Ferdinand y la gente empiece a saltar y a sentirse feliz, tu arquearás las cejas y le susurrarás al fiber más cercano: "Llamémosles por su nombre, son mierda indie. Eso es lo que son”. Si la fiber es inglesa puedes decirle: “Let’s call it what it is, it’s indie shit, is what it is”. Que suena mejor, porque rima.

No pasarán. Hay que resistir el paso de los días y las noches con fe de kamikaze: grábatelo en la cabeza, tu campo de operaciones es un desierto con vistas al sol. ¿Qué se puede hacer? Nada. Pero al menos no olvides la silla con respaldo, el frigorífico y unas buenas chanclas. Las zapatillas Adidas resérvalas para Malasaña. Ojo calor. Ojo lluvia. Peligro barro. No hay salida.

Pero si hay salida de emergencia: por las tardes, durante el festival, hay un certamen de cortos que se celebra en una carpa con aire acondicionado. Cuesta 5 euros, pero ¿qué son 5 euros por un paraguas en plena lluvia de napalm?

miércoles, 8 de julio de 2009

Boceto de compañera de viaje


Donde el autor explica, por puro placer descriptivo e higiene estilística, a su compañera de asiento en el tren de regreso de Santander a Madrid

Aspecto de modosita, pero no tanto. Veintipico años, mocasines morados, morena pelo largo, aunque cuando se sienta (no me saluda, no le saludo) lo lleva recogido. Luego, antes de Torrelavega, se lo suelta y el efecto es momentáneamente formidable.

Tiene frío y tal vez esté acatarrada y le duela la garganta. Se tapa con una fina rebeca y se anuda un pañuelo en el cuello que saca de una maleta que baja del portaequipajes superior, y al posar su valija en su asiento retumba tanto que me despierta de golpe. Abro los ojos y todo me parece un poco febril (tengo mucho sueño y principio de insolación, mi cara arde colorada y empiezo a sudar). Vuelvo a quedarme dormido hasta que yo mismo me despierto con un ronquido. Ella me mira un momento, acaso asustada. Murmuro un lo siento y sigo durmiendo.

Lee eternamente el suplemento dominical de El Mundo. Yo leo Comeclavos y cada dos párrafos levanto la vista y miro por la ventana: el paisaje es verde y con montañas y bruma. En la sección de belleza, Julia Roberts sonríe. En un rato, cuando anocheza, las televisiones del pasillo se reflejarán en la ventanilla.

Ya ha pasado un rato y ahora se riza el pelo enrrollándose flecos alredededor del dedo, se toca la pierna, pasa su mano por su muslo, se roza la mejilla, levanta el posabrazos y baja el posabrazos. Todo esto mientras lee a Agatha Christie en inglés. Yo acaricio mi Ipod.

Llegamos a Madrid. Domingo, 12 de la noche. Baja su pesada maleta del portaequipajes.
No nos despedimos.

martes, 7 de julio de 2009

Viejas máquinas de escribir II

Donde el autor recibe un e-mail desde Berlín a propósito del carnét de un Oberscharführer de las SS presuntamente encontrado en el falso fondo de una máquina de escribir, modelo Erika. Quien quiera entender algo más de esta historia debe leer primero este post.

Es un nombre bastante raro. Es del sur seguramente, y como pones en tu blog hay une empresa con este nombre, astillero pequeno (sic) o großhandel con cosas maritimas en el bodensee. Es bastante probable que tu nazi sea el fundador de la empresa, pero ya se habrá por lo menos retirado. Un detalle curioso es el simbolito de la empresa,copiado de la Otan: para una empresa de yates, algo extranho (sic). Pero pegaría.

Y otra cosa: igual no eres el primero en descubrir el carnet; mi sueco (o lo que sea esto) no es tan bueno, pero en esta página hablan de tu individuo y su carnet.

Otra cosa todavia: lo de la ejecucion en París es seguramente Quatsch. Así que es una historia bastante rara y undurchsichtig...

Un fuerte abrazo.

Andreas

pd: te adjunto unas fotos del terror de nuestras noches... durante el día parece majo

lunes, 6 de julio de 2009

Demonios extranjeros en la Ruta de la Seda


Donde el autor recuerda su viaje a Xinjiang, y se pregunta qué será de las personas que allí conoció: un camarero madridista hijo de una pareja represaliada durante la Revolución Cultural, un devoto estudiante musulmán que se sonrojaba al hablar de chicas, una israelí deprimida, un músico uigur que aprendió flamenco en Andalucía, un pastor evanglista y un taxista que leía libros y regalaba fruta. De fondo, gaseoductos, monasterios budistas, correosos pinchos morunos y legendarios funambulistas.

Todo los uigures de Xinjiang estudian inglés y, a diferencia de los españoles, intentan practicarlo al menor roce con el extranjero que viaja hasta aquí atraído por la sonoridad evocadora de la Ruta de la Seda. Algunos lo aprenden por la calle y en casa, con libros, de forma autodidacta; otros, como el guía que nos condujo hasta el lago Karakul, en la universidad de Xian. Tímido, devoto, educadísimo, tocado con el típico gorro uigur, nos explicaba cómo sus compañeros de clase, chinos de la etnia han, le tomaban el pelo por su fe islámica. "Si tu dios existe,¿por qué tu región es tan pobre?", le preguntaban. Y él contestaba que el destino de los hombres en la tierra era responsabilidad de los hombres y que prefería vivir en Kasghar, en vez de en Urumqui, porque allí gente era más devota. Cuando me despedí de él, le desee suerte con las chicas de Xian. Bajó la vista, ruborizado.

Aterrizamos en Urumqui, capital de Xinjiang, situada a más de 5.000 kilómetros de Pekín. Aunque en el horizonte se podía distinguir el perfil de una cordillera nevada, la ciudad era densa y fea, con esa delirante mezcla de pobreza y modernidad tan típica de las grandes ciudades chinas. A través del cristal del taxi, carteles publicitarios en árabe, chino y ruso (es que vienen muchos hombres de negocios, nos explicaron). Una ciudad, a su manera, extrañamente cosmopolita para ser la capital de la región más aislada de China.

Al día siguiente partimos a Kasghar, cerca de la frontera con Pakistán, siguiendo los pasos de los demonios extranjeros en la ruta de la seda, título de un libro sobre los exploradores occidentales que saquearon el patrimonio artístico de Xinjiang a finales del siglo XIX y principios de siglo XX. Al igual que ellos nos instalamos en el hotel Chini Bagh, antiguo consulado británico convertido en un anodino establecimiento de baños sucios y camas cubiertas con arena del desierto de Taklamakan. Al menos había cerveza fría y un camarero de la etnia han, hijo de una pareja de profesores trasladados forzosamente a Xinjiang en plena Revolución Cultural.

Por la televisión emitían el Real Madrid-Espanyol, el camarero buscó conversación y yo me dejé encontrar .Con ayuda de las traducciones de Aritz me vi envuelto en una tertulia no sólo de deporte, sino también sobre Eta, la transición y el rey. El camarero prefería hablar de España que de China, pero Artiz, cansado del fútbol, recondujo la conversación hacia temas locales. "Yo me siento de aquí, de Xinjiang", nos dijo finalmente, como dándonos a entender que la etnia han también tenía derecho a vivir en esta región. Que Xinjiang no sólo pertence a los uigures. Hablaba sin épica, sin plural mayestático. Con un punto de desgana. Finalmente desplegamos el mapa sobre la barra, le consultamos rutas para el día siguiente y me prometí enviarle, a mi regreso, una postal de Madrid que nunca mandé.

Un uigur vestido como un abuelo de posguerra nos invitó a su casa a tomar té después de que unos ancianos nos increparan por intentar hacer fotos a una mezquita. Sentados sobre alfombras, después de lavarnos las manos y alabarle la casa, empezamos a hablar de política. Con aire conspirativo denunció el expolio de materias primas (sí, construyen carreteras y escuelas, pero nos roban el petróleo), le represión cultural, la pobreza, el traslado masivo de chinos de la etnia han para alterar el mapa demográfico de la región. También habló de la 'heroica historia uigur', de sangre, de sacrificio, de antepasados, de los guerrilleros del grupo Turquestán Oriental (a los que China vincula con Al-Qaeda y algunos de los cuales acabaron, primero en Guantánamo, y luego en las islas Bermudas). Por último habló orgulloso del mejor funambulista del mundo, que es, por supuesto, un uigur de Xinjiang.

En el Caravan Café nos refugiábamos a comer sándwiches y tartas, huyendo de los correosos pinchos morunos que la lonely planet, en un arrebato de opitmismo tan típico de las guías de viaje, calificaba de exquisitos. Hablé con el dueño, un pulcro estadounidense, de hablar pausado, gestos lentos y una hija con la falda hasta los tobillos y el pelo muy largo. Meses después, me enteré de que eran pastores evangelistas y de que el gobierno chino los había detenido y expulsado del país, acusados de proselitismo.

Recuerdo al taxista, de la etnia han, que nos condujo hasta el monstario de Kyzil,a través de eriales polvorientos repletos de obreros que trabajaban en las obras del gran gaseoducto y oleoducto que conectará los pozos de gas y petróleo de Xinjiang con Shanghai. El taxista leía constantemente pequeñas novelas que cambiaba en el kiosko de la estación y allá donde iba se rodeaba de un grupo de oyentes fascinados. Fumaba (y ofrecía) cigarros con sabor a arena, sonreía sin parar y, antes de irnos, nos regaló varias piezas de fruta fresca (que crece en los oasis regados con el agua subterránea procedente de la cordillera del Tian Shan)

En el monasterio budista de Kyzil, excavado en piedra en mitad del desierto, una guía china han nos mostró el lugar exacto en donde un desprendimiento de piedra estuvo a punto de matar a Gustave Von Le Coq . El explorador sobrevivió de milagro y, pasado el susto, pudo arrancar con ayuda de una sierra cientos de murales pintados con lapislázuli de Afganistán, que trasladó hasta el Museo de Arqueología de Berlín. Allí, "en siete terribles noches de bombardeos durante la segunda Guerra Mundial, desaparecieron más obras maestras de arte centroasiático que los ladrones de tumbas, campesinos, planes de irrigación o terremotos pudiesen haber destruido en muchos años" (Peter Hopkirk, Demonios extranjeros en la ruta de la seda). Mientras apuntaba rostros de Budas borrados por la furia iconoclasta de los primeros musulmanes que habitaron la región, la guía reivindicaba la devolución del arte chino expoliado por occidente (como el Sutra del diamante , en manos de la British Library). Al igual que los serbios respecto a Kosovo, los chinos no sólo consideran Xinjiang como parte irrenunciable de su país, sino que además esta región ocupa un lugar prominente en el imaginario colectivo: es la última frontera, cuna de la civilización budista china y escenario de muchas de las aventuras del clásico de la literatura Viaje al Oeste. Las aventuras del rey mono.

Viajamos de Kasghar a Kuche en un tren abarrotado de campesinos uigures y revisores han. 12 horas bordeando el desierto, enfrentados a la disyuntiva de abrir las ventanas y comer arena a cucharadas o mantenerlas cerradas y sudar hasta la muerte. La familia de campesinos con la que compartiamos asiento y arena miraron con lástima a mi novia porque, con 28 años, aún no tenía hijos. El libro de fotografía de Aritz fue rondando de mano en mano, por todo el vagón. Contaban el número de cachorros de una manada, me preguntaban si esa ornamenta colgada de un salón era un iglesia cristiana. Pero lo que más éxito tuvo fue la foto de una mujer con una camiseta mojada.

Al final del viaje se nos acopló una triste chica israelí que se había embarcado en esa suerte de viaje iniciático sin rumbo ni plazos tan típico de jóvenes anglosajones, universitarios alemanes e israelíes recién licenciados del servicio militar. Le pregunté con tacto sobre la guerra, sobre los palestinos, la bombas, su experiencia militar en Gaza. Ella, menos diplomática, nos explicó que el cine español le aburría y que la cultura española era muy sangrienta. Comía poco, nada le parecía excepcional y cuándo alguien nos preguntaba por nuestra nacionalidad, ella callaba.

Más nacionalidades: a medida que avanzaba el viaje, Aritz fue rizando el rizo de nuestra presunta origen. Un día nos identificamos como coreanos del norte. Ah, que bonito Corea del Norte, respondió el taxista uigur, que apenas se defendía en mandarín, y que nos estuvo hablando confusamente de Bin Laden, como quien habla del tiempo, por dar conversación. Esa misma noche, en el mercado de Kuche, unos chinos han nos preguntaron si éramos uzbekos.

Mi único souvenir fue un disco de música de Arken Abdullah, un músico uigur que estudió flamenco en Andalucía y que, por aquel entonces, sonaba en todos los rincones de Xinjiang. Desconozco si su música sería del agrado del hombre que nos invitó a tomar té en su casa mientras recetaba sangre e historia.

Tampoco se por qué Xinjiang es una potencia mundial en funambulismo. Pero me gustaría saberlo.




Publicado en Soitu.

jueves, 2 de julio de 2009

Galeotes del Cantábrico


Donde el autor, con motivo del comienzo de la liga de traineras, ilustra a los neófitos en las artes de este deporte que combina, de forma irresistible, la épica marinera con las mezquindades y miserias típicas de cualquier deporte profesional. El objetivo es conseguir que la afición a este deporte avance imparable por toda España, goteando desde el Cantábrico a través de la meseta, hasta inundar los veranos madrileños de 800 grados a la sombra, donde la brisa marina no se puede ni siquiera imaginar.

Este sábado comienza en Bilbao la liga ACT de traineras y, seguramente, ningún diario deportivo de ámbito nacional le dedicará una línea. Es normal y no pasa nada. Al fin y al cabo se trata de un deporte reducido a algunas localidades costeras de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco. Sin embargo, dentro de este microcosmos las regatas se viven con intensidad de final de Champions. La liga de traineras combina la épica marinera de caza de ballena y galerna con rencillas políticas, disputas territoriales, mezquindades, dopajes (o falsos dopajes), apuestas millonarias y fichajes estrellas. El resultado es formidable.

(Antes de proseguir el autor se confiesa seguidor de Pedreña, la trainera negra con remeros de camiseta blanca. Es, a mi subjetivo juicio, la más elegante del Cantábrico, tal vez por remar en aguas de la bahía de Santander, bajo la influencia de Peña Cabarga, una montaña que debería ser un volcán).


La trainera actual es una embarcación de 12 metros de eslora y 200 kilos de peso, impulsada por trece remeros y un patrón que, de pie en la popa, dirige el rumbo con una espaldilla a la vez que gime, motiva e insulta a sus muchachos como si fueran galeotes romanos huyendo de piratas cilicios. Con este tipo de barcos faenaban los pescadores en el Cantábrico en busca de sardinas y anchoas. Ahora ya no están hechos de madera, sino de fibras de carbono y su estilizado 'fuselaje' diseñado con técnicas de aeronáutica luce publicidad de empresas energéticas, marcas de cerveza y entidades bancarias....

Llegar rápido a puerto era imprescindible para asegurar una buena venta en la lonja; el ritmo y pericia de la palada decidía también qué trainera se ganaba el derecho a remolcar los buques a puerto. A paladas también dirimían las chalupas balleneras la pugna por convertirse en el 'primer heridor' del cetáceo. Con el paso del tiempo fueron surgiendo los desafíos 'ociosos' por puro orgullo y vanidad entre pescadores del mismo pueblo, entre pueblos vecinos y,finalmente, a medida que crecía la leyenda de algunas embarcaciones imbatibles, entre traineras de diferentes comarcas, provincias y regiones.

Esta época de desafíos puntuales (cuando todavía no existían las actuales regatas reglamentadas, puntuables y retransmitidas por televisión) es rica en leyendas: Bermeo y Mundaka se disputaron la isla de Ízaro a una regata de traineras. Ganó Bermeo, aunque los de Mundaka les acusaron de haberles emborrachado la noche anterior.

Las regatas de traineras se popularizaron a finales del siglo XIX y principios del XX como un espectáculo folclórico para amenizar los lánguidos e interminables veraneos regios en San Sebastián y Santander. Los carteles turísticos de la época muestran a modernos urbanitas contemplando arrobados las proezas de los bárbaros remeros, tan fuertes, tan 'étnicos', tan diferentes a su público burgués. Según José María Unsain Azpiroz: "el gran arraigo y popularidad de las regatas de traineras se explica por la belleza intrínseca (...) pero su éxito se debe también a lo que tiene de sublimación de cierta idea, más mítica que histórica, de la relación de las comunidades del Cantábrico con el mar". Esta sublimación es aun más acusada entre los habitantes de las capitales de provincia que mantienen una relación ficticia con el mar, al que conocen a través de la literatura, los museos oceanográficos y los largos paseos de sábado por la tarde y chocolate con churros. La misma idea latía en las palabras que un amigo de Santander, pragmático economista de sucursal bancaria, me dirigió cuando se enteró de mi súbito interés por las traineras: "arrebato folclórico típico de santanderino urbanita que vive en Madrid". Nada que objetar.

El formato clásico de regata consiste en 12 traineras divididas en tres tandas cronometradas de 4 equipos. El giro alrededor de la boya, la ciaboga, es una de las maniobras más complejas (que pueden arruinar una buena regata o marcar el inicio de una remontada) y una de las más hermosas: el escorzo del proel insertando el estoque en el mar, con el rostro a punto de explotar y los brazos tensos de quien se dispone a remover con un remo el océano como una taza de café. Es el tipo de maniobra que realizaban las antiguas traineras para extender las redes alrededor de los bancos de peces.

Cada campo de ragatas tiene sus particularidades (mar abierto, bahía, ría) y cada jornada sus imprevistos factores climatológicos. Así, puede ocurrir que los equipos de la primera tanda remen en una plácida bañera, mientras que los últimos se enfrenten a un intenso oleaje y a vientos en contra. En pocos deportes juegan la naturaleza y el azar un papel tan relevante. Es como si en un partido de fútbol uno de los dos equipos jugara cuesta arriba, con el campo cubierto de nieve, y una portería de un metro de largo.

La naturaleza y los árbitros, claro, que aquí se llaman jueces de mar. No corren la banda, sino que la navegan en zodiac siguiendo a las traineras, pero por lo demás comparten las mismas contradicciones, inseguridades y arrebatos que sus hermanos de otras disciplinas.

Una regata transcurre más o menos así: mujeres de Pedreña (en cuyas casas cuelgan pancartas con la leyenda 'nunca remareis solos') y ancianas de Hondarribia con el pañuelo verde de la Ama Guadalupekoa al cuello, se intercambian insultos y muecas de indignación. Hombres silenciosos escuchan el transistor mientras miran al horizonte intentando adivinar la posición de las traineras desaparecidas mar adentro hasta que, anunciadas por un murmullo, vuelven a cobrar plasticidad y color según se acercan de nuevo a las boyas junto al puerto. Ahí viene Orio, grita alguien. Hondarribia le saca 5 segundos a Pedreña en la ciaboga, informa otro. Se fuman puros, se comen pipas, se consultan tablas llenas de minutos y segundos, se otea el horizonte con prismático, se analiza el viento, un abuelo lamenta que a su equipo le haya tocado remar por la 'calle mala',se elogia la capacidad de palada de Castro en el último largo. Se espera. Finalmente, la trainera vencedora alza los remos en posición vertical y ondea la 'bandera' de la regata. Si es regata de la liga ACT (la división de honor), el patrón se calza una boina vasca con el oso de CajaMadrid. Si es en el campeonato de España, y vence una trainera vasca, algunos remeros permanecen sentados en el barco en vez de subir a recoger el trofeo, para no tener que ondear la bandera rojigualda. Si es en la bandera Sotileza de Santander, los remeros de Astillero, al conocer la noticia de su descalificación, deciden arrojar la bandera y el trofeo al agua.

Igual que la Vuelta a España comienza este año en Holanda, espero que algún día la liga ACT comience en el estanque de El Retiro en Madrid. Bastaría que, como se ve en el cartel que ilustra este artículo, viniesen volando a paladas desde el norte. Rumbo sur. Sin pérdida.

Publicado en Soitu
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