jueves, 24 de septiembre de 2009

Cómo colgar tu obra en Callao


Donde el autor entrevista al creador del cartel de la película 'El secreto de sus ojos' y, entre cañas y croquetas de bacalao con cilantro, descubre que las letras manuscritas que cubren la fachada del cine Callao son obra de una melómana enamorada de Rigoletto.





La leyenda familiar sostiene que su madre se puso de parto en un cine de Granada y que de pequeño lo que más le gustaba de Madrid eran los carteles de las películas de la calle Fuencarral. En rigurosa realidad, diez años de experiencia en marketing y ventas internacionales en diferentes productoras, años durante los cuales Pablo Dávila Castañeda fue deslizándose sigilosamente al lado más creativo del proceso de venta: la elaboración de carteles. De profundis, con dibujos de Miguel Anxo Prado, fue su primera obra. La última, y de la que vamos a hablar a continuación, El secreto de sus ojos, cuyo cartel cubre, como un sueño infantil, la fachada de los cines de Callao. Otras obras suyas son Agallas, ahora en cartel,y Castillos de Cartón, no estrenada todavía.

A diferencia de otros artesanos a sueldo (entre los que podríamos incluir a los periodistas), Pablo Dávila tiene muy claro la naturaleza y los límites de su trabajo: "No soy un artista, sino un visualizador que utiliza imágenes para vender una película. Mi obligación es olvidarme de mi estilo y ceñirme a las pautas comerciales de la distribuidora", explica el joven diseñador granadino, que se declara obsesionado por el mundo del diseño gráfico en todas sus manifestaciones, desde el catálogo del Lidl al cartel de la última película de Scorsese.

Toda la conversación gira en torno a tres cañas y a una única pregunta fuente: ¿cómo se hace el cartel de una película? Durante la primera cerveza Pablo Dávila explica el proceso administrativo: la distribuidora elige una propuesta de cartel entre varios candidatos que han visionado la película. El seleccionado, en este caso Pablo Dávila, recibe un dossier con el trailer, la foto fija (las imágenes captadas durante el rodaje que simulan los planos de la película utilizando el mismo encuadre y la misma luz que el el operador de cámara), créditos y un briefing que especifica el tipo de público objetivo al que va dirigido la película. De todo el material, la parte más espinosa son los créditos, que se rigen por obligaciones contractuales muy estrictas que precisan el tamaño y la ubicación del nombre de los actores dentro del cartel.

El cartel debía trasmitir la idea de una película de amor con elementos de thriller. A diferencia del cartel argentino, en donde se prescinde de los elementos románticos, en el nuevo cartel español el peso de la historia recae en la historia de amor entre los personajes interpretados por Ricardo Darín y Soledad Villamil.

La primera fase de trabajo consiste en buscar carteles de películas anteriores del mismo director, así como carteles de películas clásicas de cine negro. Una vez se tiene claro el planteamiento gráfico: Darín + Villamil + 'malo de la película' se inicia la búsqueda de fotos. Ricardo Darín, con los cuellos de la gabardina levantados como elemento icónico de cine negro, y Soledad Villamil aparecen con los ojos cerrados (pensé que no funcionaría, pero luego me gustó). En segundo plano, una foto de una estación de tren, perteneciente a una secuencia muy importante de la película, para dar profundidad de campo. A la izquierda del título, el actor español Javier Godino, pistola en mano, pone la nota de thiriller. De fondo las columnas neoclásicas de los juzgados.

El título utiliza una tipografía muy clásica, a la que se aplica un suave efecto de difuminado, mientras que la versión argentina utiliza letras de máquina de escribir. Para dar unidad gráfica a todos los elementos del cartel, Pablo Dávila aplicó una capa hecha a base de trozos de cartones ensamblados a modo de puzzle. Es un efecto que pasa completamente desapercibido a primera vista. "Tengo en mi estudio una enorme cajonera en donde voy guardando todo tipo de materiales, desde cartones del telepizza a fragmentos de vidrio. Es mi museo físico de texturas. Tengo otra colección digital, porque siempre salgo a la calle con una cámara para fotografiar azulejos, tierra, asfalto.... Del cajón saqué los cartones con los que construí el puzzle, que luego fotografié, escanee y traté digitalmente para aplicarlo en una nueva capa sobre el cartel".

El último efecto es el más personal: se trata de las letras manuscritas que cruzan el cartel en líneas verticales para no entorpecer la lectura de los créditos y que acentúan el tono literario de la película, otorgan calidez gráfica y plantean muchos interrogantes al espectador. "Cuando se me ocurrió la idea me encontraba en casa de mi madre, que tiene la costumbre de traducir a mano los libretos de sus óperas preferidas. Es una letra bonita y lo suficientemente ininteligible para que nadie pueda entender el significado". Es decir, las letras que cruzan el cartel de Callao son los versos de Rigoletto traducidos a mano por una melómana funcionaria de justicia en su casa de Granada.

Y el resultado, como reza el lema escrito encima del título, es una representación gráfica de una historia de amor, un crimen sin resolver, un final sin escribir. Objetivo cumplido. Aún hay tiempo para otra caña y unas croquetas de bacalao con cilantro.

Publicado en Soitu

Molotov Flowers Baskets

Donde el autor transcribe uno de los párrafos que subrayó durante el proceso de documentación para el reportaje de Tokio, ya finalizado, sin jet lag ni ibuprofeno, como bien dijo en el post anterior. Confiesa además el autor que decir "documentación" es excesivo para describir esa fase de picoteo indiscriminado y acientífico entre guías, googles y recuerdos de viaje

Tens of thousands of residents of Fukagawa also perished that night beneath the fuselages of over 300 B-29s, wich dropped lethal incendiary cylinders that the locals nicknamed “Molotov Flowers baskets”. When asked how they spent their return flights after raining death and unimaginable grief on tens of thousands of unprotected japanese civilians, the american crews routinely described listening to jazz on the radio or handing around pornographic photographs as diversions
(Insight City Guide Tokyo, 2005)




Más chicas malas fumando en Lamarde

martes, 22 de septiembre de 2009

Zoom sobre fondo rojo

Donde el autor termina de escribir por fin el reportaje de Tokio que le pesaba como una losa, porque hay viajes y ciudades que no sabes muy bien cómo explicar; también hay revistas en las que no sabes muy bien cómo trabajar. El redactor jefe eliminó el arranque del reportaje con una línea negra y desapareció "Tokio con jet lag, sushi con ibuprofeno", y es un pena, piensa el autor, porque esas cuatro palabras eran las que más le gustaban del reportaje, tal vez porque eran las cuatro palabras que primero le vinieron a la mente y que mejor explicaban su viaje. Y sin venir cuento, cuelga el siguiente vídeo que titula de la siguiente manera:

Zoom sobre fondo rojo para título de crédito de película alternativa con textura de video casero (no confundir con ruido de pedreñera) y al final unos pájaros salen volando por el extremo superior izquierdo de la pantalla


viernes, 18 de septiembre de 2009

Título de post en seis palabras

Donde el autor lee a Hemingway en Japón

In the 1920s, Ernest Hemingway bet ten dollars
that he could write a complete story
in just six words.
He wrote: "For Sale: baby shoes, never worn."
He won the bet.


Dijo que esto era su mapamundi:

martes, 15 de septiembre de 2009

Y puesto a soñar, en Buenos Aires

Donde el autor pregunta a Enric González y él responde

Ambrosius: ¿Por qué volviste a España? ¿Te cansaste de trabajar como corresponsal? Puestos a soñar, ¿cuál es tu corresponsalía o trabajo soñado? Y no, no vale vivir del aire en Londres....


Enric González: Volví a España por razones familiares, no porque me cansara de ser corresponsal. Si dependiera exclusivamente de mí, seguiría fuera. Y, puestos a soñar, en Buenos Aires. Por desgracia, he aprendido que no se puede vivir del aire, ni en Londres ni en ninguna parte: los años no traen experiencia, sino gastos.


Lee toda la entrevista en El País

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Cartas al director del Diario Montañés

Donde el autor prosigue con sus relatos de costumbrismo ficción

En la isla de Mouro se organizan orgías en los días de galerna. Saber que no puedes salir de allí y que ningún barco puede acercarse, pues si lo hiciera acabaría estrellado contra las piedras, igual que los veleros de la bahía se estrellan contra el muro de Puerto Chico en los días de Surada, escuchar el ruido de las olas que envuelven la isla hasta convertirla en un submarino, la certeza de que si sales de casa caerás al aguas y morirás, la sospecha (infundada) de que una ola derribará el faro, las vistas de la ciudad a lo lejos como un trasatlántico que se hunde, el horizonte borroso y fragmentado,la lluvia insistente, el viento constante, el corazón en la boca, el fin del mundo...,todas estas visiones, dudas y sentimientos excitan terriblemente a los participantes.

Aunque todo el mundo ha oído hablar de las orgías en la isla de Mouro, la mayoría cree que son una leyenda, si bien desearían que existiesen de verdad y sobre todo, desearían participar en ellas. Este tipos de pensamientos asaltan a veces en pleno paseo dominical por el Sardinero y en esos casos es necesario tener una conversación al lado y zambullirte en ella con ojos cerrados y sin respirar. Sólo unos pocos, los pocos que en ellas han participado, saben que es cierto. Las alumnas de las Esclavas lo saben, las chicas del club Tenis lo saben, algunas veinteañeras de Valdenoja, también.

A ellas las elige una profesora de historia antigua obsesionada con Tiberio que recorre bares, iglesias y, algunas mañanas de días laborables, los bancos de Piquío donde se juntan alumnas de pellas para fumar cigarros después de comerse un bocadillo de tortilla de patatas comprado en la cafetería del instituto; a ellos les recluta un empleado gay de Caja Cantabria en la cancha de fútbol del Barrio Pesquero, rodeada de coches, y al fondo se ven algunos barcos y la nueva lonja decorada con figuras esponjosas de pescadores fornidos, y al empleado gay de Caja Cantabria le gusta imaginarse que es Caravaggio en el puerto de Nápoles buscando a muchachos de piel blanca y rizo negros. Como es un hombre de orden elige siempre, con un gesto de horror, a jóvenes tatuados. A veces también vienen, no se sabe muy bien ni cómo ni por qué, invitados de otras ciudades: viajantes de paso, ponentes de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y ancianos campesinos pasiegos que pagan hasta 50 mil euros al contado por una noche, pero que luego, asustados por las olas y los gritos de las chicas del club Tenis, prefieren quedarse mirando en una esquina, asombrados, deseando que todo termine.

Todo fue bien hasta que un padre sorprendió a su hija por culpa de una conversación telefónica. Él, que había sido farero en la isla de Mouro,reconoció al instante,aunque con interferencias, mientras hablaba con su hija, el ruido de una ola golpeando la isla de Mouro. ¿Qué es eso, hija? Nada, nada, papá. Y siempre que su hija decía nada, nada papá, mentía. Apesadumbrado, entendió de golpe que la leyenda de las orgías en la isla de Mouro que él había escuchado ya en su adolescencia, era cierta. Pensó en llamar a la policía. Pero hizo algo peor: escribió una pulcra nota a la sección de cartas al director del Diario Montañés.

A la semana siguiente, la Isla de Mouro fue derribada con un carguero lleno de explosivos.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Palabras como albaricoques maduros

Donde el autor lee que ha muerto el poeta y traductor Mario Merlino, a quien no conocía hasta hoy, y queda tan deslumbrado por las cosas que escribía que copia y pega en el blog un puñado de de palabras suyas

Me gustan las palabras. Me gusta bajar por la mañana a comprarlas y elegirlas, una a una, como si fueran albaricoques maduros.

Nunca se sabe qué palabras van a necesitarse a lo largo del día. Nunca se sabe cuáles sacar de casa en la mochila, o llevar en la maleta, de viaje. Cuántos adjetivos "blanco, oloroso, fértil", cuántos verbos y cómo conjugarlos: te quiero, conduzco, abriendo, he estado, supuse... Cuántos artículos indefinidos. Cuántas preposiciones. Me gustan las palabras. Me gusta atesorarlas, pero también dejarlas escapar, a veces, como si no fueran mías. Neblina pesa tan poco, es tan inerte, que basta con mover los labios para que la mínima racha de viento se la lleve.

Hay decenas de miles de palabras. O más. Palabras construidas en chapa, esqueje; o con madera, tacón; palabras recortadas en papel cebolla, sílfide o liminar; y palabras bastas como una tela vieja: lomera, bayeta, batanar… Dice John Berger, el escritor, que hay palabras que hay que masticar, como si tuvieran nervios: duplicar, irreversible. Palabras que se te hacen una bola, como el filete de un mal comedor: sacramento, pigmentación, geoestratégico... Y hay otras que se te deshacen en la boca, como los versos de un poeta romántico: titilar, libélula...

A mí me ha gustado siempre ulular. Y no me gusta, nada o casi nada, abencerraje. Me gusta merengue, y detesto canaleta. Me gusta decir bucle, y odio decir tajada.

Mi amigo Luis Mateo Díez, con quien me encontraba alguna mañana, alto y delgado, transversal como un quijote, en el bar La Escalinata, en la Plaza Mayor de Madrid, me contó que a él la palabra que menos le gusta es escrófula. Nunca he sabido exactamente lo que significa pero es una palabra horrible. Escrófula. Las palabras de los médicos siempre suenan fatal, a diagnóstico terminal, a desahucio: mesenterio, linfático, tumefacto...

Sin embargo son bonitas las de los oculistas: iris, pupila, miope. Otra palabra que no me gusta nada es espetar. Suena a mecanismo explosivo: espetó. A granada de mano: coges la palabra, la sujetas con fuerza en la mano, quitas el pasador con los dientes, la arrojas lo más lejos posible, te proteges y esperas. Uno, dos, tres, cuatro...

No se ha oído porque la he tirado lejos. Pero desengáñate: ha espetado.



Fragmento extraído del libro 'No hay adverbio que te venga bien' (Eclipsados)

martes, 1 de septiembre de 2009

La bahía tardará 15.000 años en vaciarse, y eso si no llueve

Donde el autor... su abuelo le contaba de pequeño que unos camiones estaban vaciando la bahía para llevársela a Madrid y el autor hacía como que no se creía la historia, pero siempre que pasaba por Puerto Chico echaba una mirada al mar, por si acaso.

Nunca pensé que toda el agua de la bahía pudiera caber en una docena de camiones cisterna de leche Pascual. En verdad fueron once, porque uno de ellos se precipitó por el Puerto del Escudo cuando conducía hacia Madrid durante uno de sus viajes de descarga. Era un método lento, pero muy sencillo y exquisitamente gradual, de tal manera que todo el mundo pudiera asimilar a pequeños sorbos el cambio tan radical que iba a experimentar la ciudad.

Así se desactivó cualquier conato de subversión, porque pasados varios meses durante los cuales el nivel del mar apenas había descendido el equivalente a una uña de pie, todo el mundo se olvidó de la bahía, incluso las cartas al director del Diario Montañés que, después una dura campaña otoñal, volvieron a versar sobre el color de las estatuas, la calidad de los fuegos artificiales y la necesidad de arreglar el trazado decimonónico de los céntricos jardines.

En vez de criticar, la gente prefirió especular sobre el futuro de la bahía vacía. ¿Qué hacer? ¿Un parque, un complejo de museos, una pista de atletismo, el nuevo estadio del Racing, un Gugenheim que eclipsara al de Bilbao? Dejarlo vacío sería lo más sensato y también lo más evocador, sugirió un visionario subinspector de hacienda, imaginaros las vistas de un inmenso valle lleno de esqueletos de barcos pesqueros, veleros, 49ers, pedreñeras, motoras, remolcadores, hasta donde alcanza la mirada. Y al notar que la gente del bar le escuchaba, que incluso la chica de la esquina dejaba la página del periódico en suspensión, el subinspector prosiguió desvelando el futuro: quienes infrinjan la ley serán ahogados en el acuario del museo oceanográfico. Hay que sacralizar este espacio, convertirlo en una visión fantasma. Los turistas vendrán atraídos por el vacío, el morbo y el miedo. Y se harán la pregunta inevitable ¿te imaginas la bahía llena de agua? Y se la imaginarían, y esta imagen les estremecerá.

Al cabo de unos años la gente se cansó incluso de imaginarse cómo sería el futuro. Los camiones cisterna de Pascual, detenidos en el muelle, formaban ya parte del paisaje de la bahía, como las estatuas de los Rakeros, la grúa de Piedra y Peña Cabarga (o lo que quedaba de ella) a lo lejos. El nivel del agua descendía a ritmo geológico y las lluvias deshacían constantemente el trabajo realizado. Finalmente un ingeniero demostró con una sencilla formula matemática la imposibilidad de vaciar la bahía con la única ayuda de 11 camiones cisterna. La bahía tardará 15.000 años en vaciarse, y eso si no llueve, tituló, demoledor, el Diario Montañés al día siguiente. El director del proyecto dimitió, el plan se suspendió por falta de fondos, los camiones regresaron a Madrid y el subinspector de hacienda perdió la vista.

Ahora los paseantes se asoman a la bahía, en donde flotan barcos pesqueros, veleros, 49ers, motoras, remolcadores y pedreñeras hasta donde alcanza la vista y se hacen la pregunta inevitable: ¿te la imaginas vacía? Y se la imaginan. Y esa visión les estremece.

p.d: no tengo ninguna foto de la bahía vacía. ¿Alguién me presta un dibujo?