domingo, 31 de enero de 2010

Haiku + Guti

Donde el autor sostiene sin pestañear que Guti es dios


martes, 26 de enero de 2010

Visit Armenia

Monumento en memoria del genocidio armenio, en Ereván.

Donde el autor hace turismo a la manera de los Mad Men

A nadie le gusta Fitur, salvo a mi.

Me gustan las conversaciones tipo

¿dónde está Francia?,
nos vemos en Tailanda,
hay sorteo en Grecia
.

Me gusta ponerme zapatos una vez al año y camisa por dentro y jugar a comercial en pabellones de colores forrados de moqueta. Me gusta sentirme viajante de feria de convenciones. Me gusta sacudir manos, sonreir, fingir asombro y sorpresa al reencontrarme con colegas de profesión, deslizar maledicencias cínicas entre caña y canapé, sentarme y que me hagan la pelota, reir gracias, poner nervioso al guardia de seguridad del stand israelí que, apoyado en una columna de Italia (el atlas de Fitur es inescrutable) vigila a los transeúntes bomba, mientras una pareja en bañador, posiblemente de una ETT de Móstoles, juega a las palas en mitad del pasillo imitando, imagino, una estampa marítima de las playas de Tel Aviv. El plato de macarrones, todo hidratos de carbono, ya casi desfallecido, a las 4 de la tarde. El cigarro en la puerta. Me gusta el tópico de la azafata rubia del stand de Suecia, la dignidad del anciano catalán que vende viajes a Armenia. Apoyado en la barra del stand, mientras ordena panfletos en una carpeta de colegial, nos ofrece una visión certera, eficaz y sin eufemismos sobre los flujos turísticos entre España y Armenia. Sin fatalismo, pero sin rodeos, como un artículo de The Economist recitado por un vendedor de máquinas de coser Singer. Rodeado de azafatas orondas de faldas largas como cortinas y tristes posters demodés, entre inocentes y melancólicos, en los que Erevan parece una ciudad de ciencia ficción de los 70, recién atacada por ovnis fálicos.

A nadie le gusta Fitur salvo a mi.


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lunes, 18 de enero de 2010

Odio eterno al fútbol moderno

Donde el autor se va de excursión un domingo por la mañana

El domingo de fútbol en Vallecas es un recurrente sueño indie. Por su horario insólito (a las 12 de la mañana, que obliga a un madrugón heroico) y por su carácter de excursión dominical, en vez de a la sierra, a un “auténtico” barrio obrero. El indie, criado y bebido entre orines y grafittis de Malasaña siente una irresistible Simpathy for the poor, the broken and the painted. Además, lo más importante, el detalle sin el cual toda mi anterior diatriba su derrumbaría en la nada, es el hecho de que las cañas son baratas y las tapas, aparentemente, más generosas que en el centro de Madrid, territorio abonado a la patata frita, el revuelto de kikos (los señoritos del norte preferimos decir maicitos) y a las contradictorias cortezas de cerdo que solo de mirarlas dan ardor de estómago sí, pero también promesa de grasa crujiente.

Desde lo alto del estadio del Rayo Vallecano se obtienen una de las mejores vistas de Madrid. En concreto desde los vomitorios exteriores de las tribunas laterales. Entre el público hay una proporción de chándales inimaginable en otros templos como el Bernabéu. Ambiente de campo inglés, fina lluvia horizontal en la segunda parte. Entre los cánticos de los bukaneros, que así se llaman los ultras del Rayo, hay odas al porro, llamamientos a la revolución, pim, pam, pum, juramentos de fidelidad eterna, deseos de matar a un ultrasur, pero, por encima de todo, un extraña declaración de principios nunca antes oída en un campo de fútbol. Dice así, textualmente: “odio eterno al fútbol moderno”. La proclama es recogida con regocijo por unos tipos infames.

El equipo visitante era de altura: el Hércules de Alicante, lider de la segunda división. La cosa sucedió más o menos así: baile de goles, 7 de ellos en la segunda parte, remontada del Rayo (de 0-2 a 3-2), remontada del Hércules (de 3-2 a 3-4), empate agónico del Rayo (4-4) en tiempo de descuento, cantado por el speaker con un bíblico: “no era justo, no era justo, por fin se hizo justicia”. Sentimientos encontrados en la afición local que, bajando por las escaleras del estadio, se debate entre la rabia de dejarse remontar un partido milagrosamente remontado y la satisfación final de empatar milagrosamente un partido que te acaban de remontar.

Después del partido, un malagueño, un alicantino y un santanderino descienden por la avenida de la albufera, que cae hacia Madrid con una inclinación leve pero infinita. Bien sabe el viajero que un barrio desconocido es más ignoto que un desierto lejano. Por el camino, caña y cuña de pizza taradellas, caña y lacón azapatado sobre pan inane, caña y chupito de alita de pollo, caña y un mejillón, uno, a la vinagreta, caña y resumen en la tele de un Vietnam 1 Líbano 1. Desconcierto momentáneo y lectura de titulares de prensa sobre la barra.

En algún momento, la sensación en la calle es de pueblo abandonado. Los rayistas ya están en casa durmiendo la siesta. Fuera solo nosotros y los camareros que a veces barren servilletas debajo de nuestros taburetes.



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viernes, 15 de enero de 2010

No por desidia, sino por estancamiento




Sobre una viga sobre el vacío una niña con coleta está a punto de echar a volar.

Junto a ella, un cartero intenta cazar pájaros con el sombrero de la niña.

El viento mueve las tenazas del cartero como un péndulo.

Joder, eres un inútil, le recrimina al cartero la niña con coletas.

El cartero suelta las tenazas y el sombrero cae al abismo.

En la parte inferior del cartel, escrito con caracteres verdes, puede leerse el siguiente lema: donde el autor rellena como puede su blog, al cual tenía últimamente muy abandonado, no por desidida, sino por puro estancamiento. Aparentemente no hay moraleja.


La foto es de
Félix Lorenzo El texto que rodea a la foto está aquí.





lunes, 4 de enero de 2010

Parte de Navidad


Donde el autor escribe un teletipo urgente a modo de esqueleto


Comida de Navidad. Aeropuerto de Madrid, Barajas. Terminal 2. Bocadillo de jamón, pincho de tortilla y cerveza (mahou). Asiento pasillo, rodeado de familia con tres hijos. Ligeras turbulencias sobre el Atlántico hasta cierto punto emocionantes. El niño de la ventanilla ríe nervioso. El padre riñe al niño que rie. Aterrizaje no tan brusco, después de todo.

Concierto de navidad junto al puerto deportivo de Santa Cruz de Tenerife. Acústica de solo de violín punteado por ráfaga de viento contra las lonas de publicidad; brisa del Atlántico con olor a gofres y castañas asadas. Por un momento, el balanceo de los mástiles de los veleros parece acoplarse con el ritmo de una habanera de Albéniz.

Los semáforos para peatones lentos, el café hirviendo y con un deje a lejía, no importa, ya me acostumbré, los bocadillos deliciosos, los zumos de naranja con hielo y azúcar y poca pulpa. En el bar Cantábrico, en uno de los laterales del Mercado de Nuestra Señora de África, el ambiente es de tétrico trópico, aprehensión acaso acusada por la música caribeña de la tienda de al lado y por la abultada presencia de lisiados, alcohólicos y gente deforme en general.

Después de las uvas me asomo a la ventana en busca de un pensamiento profundo que interprete y resuma el año vencido y que marque pautas sólidas para el año entrante, pero justo cuando empiezo a sintonizarme, la persiana cae sobre mi cabeza. "Te podría haber matado", según las versiones más optimistas.

Una luz encendida a las 12 de la noche en lo que podría ser la oficina de la redacción de Efe. Podría ser. No recuerdo exactamente.

De nuevo retraso. Gin Tonic a bordo, 5 euros. Taxista a 150 por la autopista vacía y con niebla de madrugada.

Mi casa, mi cama.