jueves, 19 de febrero de 2009

The man who invented the spanish omelete


No se ve, pero debajo del humo se están cocinando unas patatas fritas con cebollas que uno desearía como tapa yendo de cañas por La Latina.


Donde el autor revela la verdadera historia del hombre que inventó la tortilla de patatas.

Mi amigo no es una persona religiosa ni atormentada, pero a veces se despierta de la siesta con una plomiza sensación de desazón metafísica.

Paralizado bajo las sábanas (si es en la cama) o bajo la manta de cuadros (si es en el sofá) intenta encontrarle el sentido a la vida. Abre los ojos y lo único que encuentra son preguntas sobre el origen del cosmos. No le preocupa tanto la muerte como el concepto de la nada antes de la nada y cómo es posible que surja algo de la nada. Por suerte, al cabo de unos segundos a mi amigo le entra un hambre atroz y el origen del cosmos pasa a ser un asunto irrelevante comparado con los colores, las formas y los volúmnes de los alimentos acumulados en el frigorífico. Mi amigo nunca se suicidará porque le gusta demasiado comer.

Sin embargo, no sabía cocinar.

En un ocasión, mi amigo se levantó de su siesta metafísica con mono de patatas fritas.

Había oído a su abuela en numerosas ocasiones hablar con reverencia del "fuego lento" como origen de todos los platos sabrosos. También había oído a su madre, a su abuela y a sus profesores del Instituto de Comercio Exterior decir que el aceite de oliva español era el mejor del mundo y que todo el aceite italiano que se vendía en el mundo era en verdad, aceite de oliva español.

El resultado, una sarten llena de aceite (español)con irregulares trozitos de patatas cortadas sin juicio ni geometría haciéndose a fuego lento.

Mientras la patata se freía lentamente (no había prisa, el cosmos había ya dejado de ser un problema) vio media docena de huevos y se acordó de su hermosa pollera del Mercado de Chamberí y luego cayó en la cuenta de que esos huevos estaban a punto de caducar y cada vez que tiraba comida a la basura se sentía muy culpable.

Culpable, mi amigo empezó a batir los huevos sin tener muy claro qué haría con ellos. Una vez batidos los reservó en un bol aparte.Los huevos y las patatas corrían entonces por universos paralelos.

Cuando le pareció que las patatas estaban listas las sacó de la sartén con una espumadera y (oh confusión, oh genialidad) las depositió por error, no en el plato a tal efecto preparado (cubierto con una servilleta para chupar aceite), sino en el bol con los huevos batidos.

El efecto de la patata hundiéndose en el huevo le estremeció.

De placer, se entiende. Se quedó mirando y una a una fue empapando con huevo cada trozito de patata, como si echara agua sobre la espalda de un bebé. No sabemos cuánto tiempo estuvo así.

Lo que si es seguro es que en algún momento se acordó de la sarten y decidió imitar otro gesto aprendido de su madre y de su abuela (no así de sus profesores del Instituto de Comercio Exterior): echó el aceite sobrante a un frasco de cristal. La tapa de aquel frasco (antaño portador de pimientos de piquillo) fue utilizada como cenicero mientras fumaba y le daba vueltas a la situación.

Crudas no me las voy a comer.

Era cuestión de tiempo hasta que esas patatas untadas en huevo volvieran a la sarten.
Así fue. En el fondo era la salida más lógica.

Hasta aquí, una serie de coincidencias achacables únicamente al azar.

A partir de aquí, la leyenda, el enigma, el mito: ¿qué le llevó a tapar la sarten con un plato, dar la vuelta a la sartén, volver a echar los huevos y las patatas en la sarten y volver a dar la vuelta a la sartén?

Eso algo que nadie, ni siquiera él mismo, ha sabido explicar.

Simplemente sucedió, dice mi amigo.

Después de eso, no supo gestionar el éxito, las entrevistas, los programas gastronómicos, los derechos de autor, los abogados, los plagios, las malas imitaciones, las acusaciones, las confabulaciones, los reportaje de investigación de El Mundo, la seguridad privada, la casa en Las Rozas, la soledad.

y un día se fugó con su hermosa pollera del Mercado de Chamberí.
Nunca más volví a saber de él.
Kurt Cobain, antes de suicidarse, le dedicó una canción.

1 comentario:

Osa dijo...

curioso, Ambrosius. el vídeo que enlazas no está disponible en mi país, ese santuario de la tortilla de patatas llamado China.

Justo en este momento canta Manos de Topo "dime que sigues cubierta de roquefort (ese gran actor francés)".