lunes, 2 de febrero de 2009
El quintacolumnista que escribía cuentos de vampiros
Donde el autor introduce a un nuevo personaje y recomienda (en verdad preferiría obligar) a los lectores recién llegados a que lean los dos posts anteriores si es que quieren entender algo sobre el asombroso plan del Capitán Katiuskas. Asimismo el autor asegura que en cualquier momento volverá a reconducir su blog hacia temas más actuales, cercanos y periodísticos. Pero admite que no sabe cuándo ni cómo. No le queda sino implorar paciencia.
A pesar de su delgadez, Alonso Pereda tenía fama de hombre contundente, y a pesar de su fama de hombre contundente, a Alonso Pereda le aterrorizaban los viajes en tren, la oscuridad y las ratas. Los episodios más oscuros (o más bien confusos) de su vida sucedieron en el Madrid asediado de la Guerra Civil, años en los que fue sucesivamente o al mismo tiempo, agente doble, quintacolumnista nacional y miliciano anarquista. Fue durante estos años de bombardeos, fusilamientos y orgías en villas incautadas del Barrio de Salamanca cuando Alonso Pereda comenzó a escribir sus primeros cuentos de vampiros. Al principio, evocaciones costumbristas ambientadas en imprecisas montañas del norte;sórdidos relatos de fuerte carga erótica ambientados en Madrid, después. Le gustaba dormir en los refugios aéreos, en el metro, rodeado de cientos de personas, porque sólo de esta manera era capaz de conciliar el sueño. Cuando no sonaba la alarma aérea recorría los bares, los comités de las milicias, las casas de sus amigos o el Parque del Retiro en busca de mujeres o de hombres. Preferiblemente mujeres. A ser posible de anchas caderas. Nadie sospechaba que su voracidad sexual escondía un primario terror a dormir solo.
Confusos informes de la inteligencia franquista (interesada en hacer creer a sus superiores que habían sido capaces de mantener un estructura clandestina en la capital), así como encendidos elogios del embajador de Portugal (interesado en ocultar a los vencedores su tibia actitud durante los tres años de guerra) presentaron a Alonso Pereda, ante los jerarcas franquistas, como un hábil quintacolumnista en la ciudad sitiada. Aún así, para acallar las dudas de algunos militares escépticos, fue necesario escribir un extraño libro de propaganda sobre las cárceles y torturas del Madrid republicano, una especie de apocalipsis rojo con comisarios estalinistas durmiendo en ataúdes, burdeles en iglesias y campos de concentración bajo tierra. Un libro claustrofóbico y sin embargo, como comprobaron satisfechos en el Ministerio, irresistiblemente fácil de leer y sorprendentemente verosímil.
Alonso Pereda se labró durante los años de postguerra una reputada fama como periodista de ABC, a la vez que se extendía por Madrid, entre maridos cornudos, militares viriles, poetas falangistas y tertulianos del Café Comercial, unas irrefrenables ganas de asesinarlo, de torturarlo, de arrojarle vivo al estanque del Retiro, atado a una piedra. Eso explica que no dudara en subirse a un tren para poner rumbo a Santander con la excusa de escribir una crónica sobre la aparición, en la Playa del Sardinero, de una ballena varada de 24 metros de longitud.
Desde su despacho en la Plaza de Porticada, recién leído el informe sobre Alonso Pereda, el General intuyó que aquel oscuro periodista madrileño podría ayudarle a él y a sus espías,a descubrir, por fin, en qué coño consistía el asombroso plan del Capitán Katiuskas.
Pero eso era algo que Alonso Pereda, recién llegado a la estación de Santander, cansado, y en un avanzado estado de ansiedad, desconocía.
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