miércoles, 4 de febrero de 2009
Las franquistas suicidas
Donde el autor inicia la compleja transición de la ficción a la actualidad, y en el camino se pierde.
Los hombres conversan en los salones del Real Club de Regatas, en círculo, junto a uno de los balcones con vistas a la Plaza de Pombo. Cada vez que empieza a llover, cosa que ocurre muy a menudo (en ocasiones hasta sesentadiasseguidossinparardellover) el capitán Katiuskas se levanta del sofá rojo y se dirige hacia la ventana. Sin decir palabra, todos los contertulios se van poniendo de pie, con cadencia de fichas de dominó, y le siguen hasta el balcón. Si les vieras reunidos en un círculo perfecto, de pie, con las cabezas muy juntitas, juararías que hablan de cosas importantes. Pero te estarías equivocando. La conjura ocurre dos pisos más abajo, en el salón de la casa del Capitán Katiuskas, donde se reúnen las mujeres a jugar al bridge y a pintar atardeceres en la bahía. Hoy discuten sobre la conveniencia de incluir una trainera a contraluz, con las figuras de los remeros "como fundidos en negro". Discuten también sobre dónde acaba lo pintoresco y dónde empieza lo vulgar. Sobre el equilibrio, la gama de grises y el predominio de los colores sobre el dibujo como símbolo de modernidad. Cuando la sirvienta se retira a la cocina, la conversación da un giro y aparece el
Nembutal
el barbitúrico que dentro de unos años matará a Marylin Monroe
aunque nadie lo sabe,
ni el espía,
ni el capitán Katiuskas,
ni las mujeres pintoras.
ni Alonso Pereda vagando sólo por el barrio pesquero en busca de pelea.
Hablan de su laboratorio clandestino situado bajo las mansardas de uno de los edifcios decimonónicos del Paseo Pereda, y de la necesidad de comprobar que no haya goteras en el ático, porque el contacto del agua con el nembutal y los cristales de cianuro de sodio provocaría una explosión que reventaría todo el edificio. Mientras explica a sus amigas la esencia de complicados procesos químicos, la mujer del capitán es capaz de imaginar la explosión del edificio vista desde el muelle, la butaca del mirador saltando por los aires hasta el mar, la cubertería de la abuela clavándose en los cuellos de los paseantes. Hablar y pensar a la vez en algo distinto es un don que tiene. "Un don muy pesado", piensa mientras explica procesos químicos e imagina explosiones. Lo que hacen tres pensamientos a la vez. Demasiados. Para decir la siguiente frase, sin embargo, bloquea el resto de pensamientos. Se centra. Se monotemiza. Que alivio. “Todo esto se limita a morir cómo, cuándo y dónde queramos, sin depender de monjas trinitarias, ni hijos pusilánimes, ni maquillajes imposibles, ni sillas de ruedas. Se trata de tener la pastilla preparada, para cuando llegue el momento, que tal vez no llegue nunca o tal vez llegue muy pronto”.
Sin razón aparente, desde su despacho de la plaza porticada, el General se acordó de su profesor de griego de los Escolapios.
Y luego, en voz alta, suplicó: “por favor, Ambrosius, sácame del blog durante unos días. Estoy cansado y confuso. Necesito unas vacaciones”.
Ambrosius dudó.
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