Donde el autor, astenia primaveral, pereza de escribir.
En noches como esta (paseo marítimo del Sardinero, bruma iluminada por la luz anaranjada de las farolas) Santander parece una mezcla de Londres y Copacabana, me comenta un amigo. Llevo la corbata anudada en la mano, como una venda. Esperamos un taxi. No viene ningún taxi. Horas antes, el ejército español ha desembarcado en la playa. Se agotaron las botellas de agua fría en los kioscos de helados y pipas. Vino el Rey. Cayeron del cielo paracaidistas con banderas españolas. Niños con camisetas del Barça patrocinadas por Unicef. Mujeres con abanicos de propaganda electoral del PP. Helicópteros sobrevolando a una pereja de recién casados recien salidos del Palacio de la Magdalena. Faltaban los elefantes, los gitanos, el vodka Una de las lanchas calculó mal la marea, me comenta otro amigo, y se quedó atascada antes de llegar a la orilla.
Leo el titular de portada de El Diario montañés
Expectación ante el desembarco
Y en mi cabeza le doy vueltas a la siguiente melodía y al siguiente video.
Hay que fichar a Benzemá. Y luego, más tarde, en Darfur hay más petróleo que en Arabia Saudí y nadie dice nada, nadie dice nada.
El policía del detector de metales del aeropuerto se pone nervioso ante mis dos tarros de cristal. Y ocurre el siguiente diálogo:
No puedes pasar miel al avión, me dice.
No es miel, es paella. Paella de mi madre, le replico.
En ese caso adelante
Dejo a un amigo en la cola del avión a Barcelona, que corre casi paralela a la cola del avión a Madrid. Encantos de aeropuertos de provincia. Nos podemos despedir de fila a fila.
Desde el aire las playas de mis veranos no parecen tan grandes.
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