Donde el autor prosigue con el curso de periodismo práctico y explica la importancia de las fuentes.
Se coge a un becario recién llegado a la redacción y se le pregunta si le gustan los toros. El becario dice que no, pero el director, eufórico y campechano, replica que seguro que sí, que cómo no va a saber de toros alguien de Santander. Las próximas cinco tardes el becario acudirá con un fotógrafo a la plaza de toros de A Coruña a escribir crónicas taurinas. El fotógrafo, como todos los fotógrafos, actúa como un reportero de guerra, es decir, conduce rápido y espera a una curva cerrada para abrocharse el cinturón, poner música, encenderse un cigarro, abrir la ventana y contarte un chiste verde mirándote a los ojos.
Cuando el becario llega a la plaza busca con la mirada a un grupo de expertos. Basta con seguir el rastro del humo de un puro y acercarse a esos dos hombres malhumorados, acodados en la barandilla. El becario pone la antena, escucha comentarios y anota discretamente en su libreta. Cuando matan al primer toro, el becario pregunta a quemarropa : ¿qué os ha parecido? Los expertos pontifican y él intenta memorizar frases, giros y expresiones para luego copiarlas en su cuaderno. Finalmente se siente tan cómodo con esa pareja de senadores, que el becario se confiesa: soy periodista. Esto excita aún más a los expertos, que no paran de hablar, imaginando que sus opiniones aparecerán impresas en letras de oro y en relieve en las páginas de opinión del periódico. Al morir el segundo toro, el becario se levanta ufano y se despide de sus fuentes. Las fuentes miran al becario: “faltan 4 toros todavía”. El becario no da crédito. Cuatro toros todavía. Al ver su rostro desencajado, las fuentes añaden “es verdad que no tienes ni puta idea”.
Al llegar a la redacción el becario se encuentra con un serio problema: releyendo las notas de su cuaderno no distingue unos toros de otros toros y teme confundir el segundo con el tercero, el sexto con el quinto. Se promete ser más diligente y limpio al día siguiente. Mientras tanto, echa los toros a suerte y los coloca en su crónica no por orden de aparición en la plaza, sino como puede.
Al día siguiente una becaria para al becario en el pasillo de la redacción y le felicita por su crónica taurina.
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