Donde el autor, antes de su inminente debut en el FIB, pide consejos e información útil a dos amigos veteranos en los combates del Eurodisney popeti. Y con estos mimbres elabora una especie de advertencia, a medio camino entre la guía de supervivencia y el bestiario antropológico.
La I de FIB no significa independiente, ni siquiera internacional como creen otros, sino “Ingleses desfasando con sus grupos favoritos (también Ingleses) de fondo". Les reconocerás por sus particularidades étnicas (piel rosa vuelta y vuelta), por esa vitalidad propia de la bestia recién sacada de la jaula y porque son los únicos que desayunan vodka caliente.
En el FIB casi todo cuesta dinero, salvo las bebidas de promoción y los condones. Como dice mi amigo Marlowe, "a los popetis altos, bajos, gordos o flacos nos gusta llevar camiseta pequeña y, por alguna razón, las empresas que reparten preservativos deben de pensar que también nos gustan los condones pequeños”.
La programación musical funciona como un Congreso del POP, con varios escenarios simultáneos. No hay gente ni ganas para llenarlos todos, así que si quieres ser el primer crítico musical que descubre la revelación del festival, vete a media tarde a un escenario apartado a escuchar un grupo desconocido que toca ante 40 groupis quemados por el sol. Ponte crema.
Si prefieres artistas consagrados, que sepas que Nacho Vegas se puede permitir el lujo de tocar cuatro canciones y decir “adiós” y que a todo el mundo le parezca de puta madre. Este año acudirá también Cristina Rosenvinge, la rubia lánguida que hace chas y aparece junto a Sonic Youth, y, aunque estén anunciados por separado, siempre cabe esperar alguna sorpresa.
Por la noche-madrugada, el festival muta hacia el pop electro galáctico (como dirían en icat.fm). Es en este momento cuando surge el abismo entre los que se alimentan a base de cerveza (que comienzan a desfallecer) y los que no se alimentan, sino que se enriquecen. Sin embargo, todo fluye por encima de razas y filias: hay un movimiento constante entre la zona de conciertos y la zona de acampada. De esta corriente depende el frágil ecosistema del festival. No se sabe qué puede ocurrir si alguien se detiene de golpe en mitad de la subida o en mitad de la bajada y preferiríamos no saberlo.
Mimetízate: cuando, hace dos años, tocó Pulp, las tiendas de campaña empezaron a vomitar clones de Jarvis Cocker, flequillote, gafas de pasta negra, pinta de niño mimado... Y este año, la pregunta es: ¿cómo te disfrazas de Gallagher? Lo importante no es la ropa, sino la actitud: basta con que le rompas la cabeza a los de la tienda de al lado y te mees en su frigorífico, mientras repites eternamente el mismo estribillo, con esa cadencia épica de parece-que-voy-a terminar- pero-no termino-es más-vuelvo a empezar con fuerzas renovadas. Cuando suene el primer acorde de Franz Ferdinand y la gente empiece a saltar y a sentirse feliz, tu arquearás las cejas y le susurrarás al fiber más cercano: "Llamémosles por su nombre, son mierda indie. Eso es lo que son”. Si la fiber es inglesa puedes decirle: “Let’s call it what it is, it’s indie shit, is what it is”. Que suena mejor, porque rima.
No pasarán. Hay que resistir el paso de los días y las noches con fe de kamikaze: grábatelo en la cabeza, tu campo de operaciones es un desierto con vistas al sol. ¿Qué se puede hacer? Nada. Pero al menos no olvides la silla con respaldo, el frigorífico y unas buenas chanclas. Las zapatillas Adidas resérvalas para Malasaña. Ojo calor. Ojo lluvia. Peligro barro. No hay salida.
Pero si hay salida de emergencia: por las tardes, durante el festival, hay un certamen de cortos que se celebra en una carpa con aire acondicionado. Cuesta 5 euros, pero ¿qué son 5 euros por un paraguas en plena lluvia de napalm?
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