miércoles, 8 de julio de 2009
Boceto de compañera de viaje
Donde el autor explica, por puro placer descriptivo e higiene estilística, a su compañera de asiento en el tren de regreso de Santander a Madrid
Aspecto de modosita, pero no tanto. Veintipico años, mocasines morados, morena pelo largo, aunque cuando se sienta (no me saluda, no le saludo) lo lleva recogido. Luego, antes de Torrelavega, se lo suelta y el efecto es momentáneamente formidable.
Tiene frío y tal vez esté acatarrada y le duela la garganta. Se tapa con una fina rebeca y se anuda un pañuelo en el cuello que saca de una maleta que baja del portaequipajes superior, y al posar su valija en su asiento retumba tanto que me despierta de golpe. Abro los ojos y todo me parece un poco febril (tengo mucho sueño y principio de insolación, mi cara arde colorada y empiezo a sudar). Vuelvo a quedarme dormido hasta que yo mismo me despierto con un ronquido. Ella me mira un momento, acaso asustada. Murmuro un lo siento y sigo durmiendo.
Lee eternamente el suplemento dominical de El Mundo. Yo leo Comeclavos y cada dos párrafos levanto la vista y miro por la ventana: el paisaje es verde y con montañas y bruma. En la sección de belleza, Julia Roberts sonríe. En un rato, cuando anocheza, las televisiones del pasillo se reflejarán en la ventanilla.
Ya ha pasado un rato y ahora se riza el pelo enrrollándose flecos alredededor del dedo, se toca la pierna, pasa su mano por su muslo, se roza la mejilla, levanta el posabrazos y baja el posabrazos. Todo esto mientras lee a Agatha Christie en inglés. Yo acaricio mi Ipod.
Llegamos a Madrid. Domingo, 12 de la noche. Baja su pesada maleta del portaequipajes.
No nos despedimos.
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