Donde el autor cuenta lo que le ocurrió el primer día de su primer festival de Benicàssim y lo compara, de pasada, con las galernas del Cantábrico de su niñez que forjaron en él, como diría Gil de Biedma, una incorregible tendencia al mito
En el norte cuando sopla el viento o se ven nubarrones encima de la playa, los lugareños miran al cielo y sentencian optimistas con fingidas caras de lobos de mar: levantará, que significa nube pasajera, no te preocupes, volverá a lucir el sol, es mentira que siempre llueva, la culpa es del hombre del tiempo.
Ayer, en Benicàssim apareció el viento ("como un tornado, mamá", explicaba una adolescente esta mañana) y se apagó la función. Los voluntarios, los camareros y los miembros de seguridad del FIB no sólo no creían que el vendaval fuera pasajero, sino que anunciaban, con un deje de orgullo profesional, la posibilidad (o más bien la certeza) de que habría muertos: "Yo de vosotros me iría, yo de vosotros tendría cuidado, si se vuela una carpa o se suelta un tornillo podría haber muertos".
El viento soplaba cada vez más fuerte y el grupo de chicas que prometía a gritos meterse cuatro millones de rayas chocó con un escenario acordonado donde debían haber tocado (y no tocaron, tal vez hoy, se rumorea) Los Planetas. Horas antes, el líder del grupo granadino, J, se había paseado por ese mismo escenario mientras sonaba, de fondo, un Nacho Vegas en plenas facultades. Luego llegó el turno de Paul Weller y el campo detrás de la tribuna de prensa ardió. Un cigarrillo mal apagado, dicen hoy los periódicos. Un guiri quemado, sostiene Álvaro.
"¿Es normal esto en España?", preguntaba una inglesa a la una de la madrugada mientras volaban a su espalda algunas tiendas de campaña, se desgarraban toldos y grupos de guiris corrían tras sus sombreros voladores como en un canódromo. "In the north yes. Here no", contestó un español vestido con un traje de baño de cuerpo entero de comienzos del siglo XX, culito respingón muy celebrado por guiris rosadas, tostadas, con pecas, rubias, pelirrojas. En ese momento Ambrosius y Álvaro se cruzan otro mensaje: el primero pregunta al segundo qué se sabe. El segundo contesta al primero: "the answer my friend, is blowing in the wind".
Como en los huracanes del Caribe o las nevadas de la Nacional 1 a su paso por Burgos, se habilitó el polideportivo de Benicàssim para los fibers que salieron huyendo del camping centrifugado. En este mismo escenario debería haberse jugado, esta mañana, el clásico partido benéfico entre artistas y periodistas. Suspendido, informa una policía local que acaba de pedirle a una amiga por teléfono que mire en el periódico Las Provincias, a ver si ha salido su foto. "Tampoco hay paella", se lamenta. El campo de fútbol ha sido invadido por ingleses que improvisan un partido de "camisados" contra descamisados y los primeros vencen a los segundos por un tanteo aproximado de 30-1. Hay un dandy, con sombrero rosa en la mano izquierda, que se mueve en el medio campo con la lánguida elegancia de Guti. Yerra un gol a puerta vacía y la grada se lo reprocha. A la segunda no perdona.
En las gradas, una pareja londinense relata su tragedia: el año pasado compraron unas entradas para ver Kings of Leon y las entradas eran falsas. Probaron suerte en el concierto de Madrid en Marzo. Lo suspendieron. Repitieron ayer en el FIB. Sopló el viento. Al menos, el hombre que anoche les anunció la mala nueva dejó para la posteridad una de esas frases mágicas, que darían para otro artículo entero: "Estamos trabajando para solucionar el problema del viento".
Disculpen las molestias.
Publicado en Soitu
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