martes, 21 de julio de 2009

Nunca subas a una guiri a hombros

Donde el autor, enfrentado de nuevo a la rutina de trabajo, recuerda, lleno de pulseras, las últimas horas del FIB



Mis vecinos irlandeses del FIB, discretos y educados, se despertaron en el suelo a eso de las 10 de la mañana (hora límite de supervivencia en sueño bajo el sol), abrieron sus mochilas, guardaron en ellas los restos de su vestuario desparramado alrededor de una botella de vodka vacía, se despidieron de nosotros con un gesto de cabeza y un susurro, y marcharon por el camino pedregoso, a esas horas ya demasiado soleado, rumbo, imagino, a algún avión de RyanAir. Atrás dejaron su tienda de campaña abandonada, al igual que la gran mayoría de fibers extranjeros. El Benicàssim finisecular es como un supermercado gratis. Los españoles, si tienen tiempo, ganas y coche, eligen el modelo y el color de tienda de campaña que más les gusta y renuevan, en una mañana, toda su equipación deportiva.

La inglesa que a las 7 de la mañana se introdujo en la tienda de un vecino inglés de pelo blanco se despierta a ratos debajo de su sombrilla, estira el brazo y toca el césped con gesto evocador de anuncio de compresas. Su compañero de noche se tumba junto a ella y se dedican las últimas carantoñas antes de marcharse, cada uno por su lado, por el camino pedregoso y a esas horas demasiado soleado, rumbo, imagino, a algún avión de Ryan Air. Por el camino es posible que se detengan en el puesto de frutas a tomarse un zumo recién exprimido o una rodaja de sandía muy roja, que además de refrescante combina muy bien con la blancura de la piel extranjera; a veces roza el icono pop si la comedora de sandías porta, pongamos por ejemplo, una gafas de sol amarillas en forma de corazón.

La visión de la zona de acampada abandonada estremece y uno se pregunta cómo es posible que en ese pedregal lleno de basura haya sido posible la vida en la tierra. Los limpiadores de peto amarillo se dirigen en dirección contraria a los fibers que abandonan la luna y registran con precisión de zapadores anti minas los bordes del camino en busca de posibles tesoros. A veces se encuentran con un billete de Renfe y miran detenidamente el contenido, por si pudiera servirles la ida o la vuelta. No tienen prisa, saben que arriba les espera un baúl suculento.

Mi coche de regreso tenía anunciada la salida entre las 9 y las 11 de la mañana, más cerca de la 9 que de las 11, me informaron en mitad del concierto de Rinocerose. Partimos a las 8 de la tarde, después de comernos una paella en un apartamento de Oropesa, con vistas a Marina d`or, propiedad de una prima amiga de un amigo de un amigo del copiloto del coche en el que viajábamos.


Atravesando La Mancha, entre Toros en el horizonte y ampollas en mis pies, pienso en esa franja del FIB que hay entre el escenario verde y el Vodafone, en donde todas las músicas del recinto se acoplan en una sola melodía incomprensible y polifónica que, ahora comprendo, es la banda sonora más apropiada para ese paisaje de vasos de plástico que decora el suelo como una explosión de cómic.




Durante el aburrido concierto de The Killers, una guiri menuda solicita subirse a mis hombros españoles. Acepto y, de entrada, caigo de rodillas al suelo como un costalero sevillano. Igual que en alguna ocasión salvé las cervezas, salvo ahora la integridad de la guiri. En ambos casos a costa de mis rodillas. En enfermería limpian mi hilillo de sangre en las piernas y me hacen rellenar el parte de bajas, nombre, edad, origen. Soy la única víctima cántabra de la noche.Cuando les explico mi historia, todos me preguntan por el estado de la guiri. A ella no le pasó nada, les explico orgulloso.

Suena el Danubio Azul de Strauss y los fibers vuelan y una adolescente llora desconsolada en el suelo porque, como explica en declaraciones en exclusiva para Soitu, es el último día del FIB. Mucha gente se para a su lado a interesarse por su salud, pero ella se decanta por el numerito de niñata inconsolable. Mi interlocutor interrumpe la conversación con una ráfaga de vómitos en el contenedor de basura. Sabía que esto me iba a ocurrir, dice con el aplomo de la profecía autocumplida y da otro trago a su copa de 7,50 pagado en tres papeles rosas de monopoli festivalero. Yo prefiero pasarme por la barra libre de Heineken a la que me da acceso una elegante pulsera negra, pero pronto mis amigos me abruman con peticiones. Con 5 cervezas en la mano es imposible mantener el equilibrio en el último escalón de la barra Heineken y caigo al suelo justo a los pies del segurata. Nace así el principio de una insobornable enemistad. A partir de entonces me vigilará de cerca y me obliga a tomarme las cervezas dentro del recinto. Ante esta adversidad, bebo solo mientras miro a una camarera pelirroja que se peina el pelo en la barra, con dos dedos de espuma. Que se jodan mis amigos.

Esta mañana mi novia también me ha preguntado por la historia de la guiri. Dice que mi explicación le recuerda a la lesión de Cañizares cuando, en plena convocatoria mundialista se lesionó con un frasco de colonia, o a George Bush cuando se cayó al suelo por atragantarse con una galleta. Si te has inventado algo tan absurdo, cómo será la verdad..., sentencia.

Lo cierto es que la guiri apretaba mucho y hoy apenas puedo mover el cuello.




Publicado en soitu

1 comentario:

プロフ dijo...

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