lunes, 4 de enero de 2010

Parte de Navidad


Donde el autor escribe un teletipo urgente a modo de esqueleto


Comida de Navidad. Aeropuerto de Madrid, Barajas. Terminal 2. Bocadillo de jamón, pincho de tortilla y cerveza (mahou). Asiento pasillo, rodeado de familia con tres hijos. Ligeras turbulencias sobre el Atlántico hasta cierto punto emocionantes. El niño de la ventanilla ríe nervioso. El padre riñe al niño que rie. Aterrizaje no tan brusco, después de todo.

Concierto de navidad junto al puerto deportivo de Santa Cruz de Tenerife. Acústica de solo de violín punteado por ráfaga de viento contra las lonas de publicidad; brisa del Atlántico con olor a gofres y castañas asadas. Por un momento, el balanceo de los mástiles de los veleros parece acoplarse con el ritmo de una habanera de Albéniz.

Los semáforos para peatones lentos, el café hirviendo y con un deje a lejía, no importa, ya me acostumbré, los bocadillos deliciosos, los zumos de naranja con hielo y azúcar y poca pulpa. En el bar Cantábrico, en uno de los laterales del Mercado de Nuestra Señora de África, el ambiente es de tétrico trópico, aprehensión acaso acusada por la música caribeña de la tienda de al lado y por la abultada presencia de lisiados, alcohólicos y gente deforme en general.

Después de las uvas me asomo a la ventana en busca de un pensamiento profundo que interprete y resuma el año vencido y que marque pautas sólidas para el año entrante, pero justo cuando empiezo a sintonizarme, la persiana cae sobre mi cabeza. "Te podría haber matado", según las versiones más optimistas.

Una luz encendida a las 12 de la noche en lo que podría ser la oficina de la redacción de Efe. Podría ser. No recuerdo exactamente.

De nuevo retraso. Gin Tonic a bordo, 5 euros. Taxista a 150 por la autopista vacía y con niebla de madrugada.

Mi casa, mi cama.

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