martes, 15 de diciembre de 2009

Quizá piense que con menos sangre estaré mas tranquilo

Donde el autor es abducido en un spa de la cruz roja

Salgo de la exposición de tipografías de la Real Academia de Bellas Artes y entro en el autobús móvil de la cruz roja aparcado en Alcalá. La iluminada cristalera panorámica deja ver unos cómodos y sinuosos sofás en donde modélicos ciudadanos parecen mantener graves reflexiones. Hay algo extrañamente cálido en aquella quirúrjica escenografía de sala de abducciones. Sin embargo, intuyo que no es buen día. Sueño, frío, desazón. ¿Por qué entro? Quizá piense que con menos sangre en el cuerpo estaré mas tranquilo.

Ya estoy dentro y relleno un papel que me interroga sobre mis viajes, enfermedades, medicamentos y sexualidades. Todas mis respuestas son muy razonables. Soy un paciente mainstream. Ni lupus ni orgías sexuales con desconocidas en el ascensor. Me temo que esta vez no podré escaparme y pasaré de ronda, a diferencica de mi último intento, en el que un viaje a Madagascar me eliminó de la criba de donantes. Mientras espero mi turno entran dos antiguas enfermeras gritando en el autobús. Vienen a ver a sus antiguos compañeros y la situación se desborda. De misterioso ovni iluminado en la noche de Madrid hemos pasado a ruidosa casa de putas a la hora del café. Amago con irme, desearía bajarme del autobús y salir corriendo, porque empiezo a sentir lo mismo que sentí esta mañana haciendo cola en el cajero, delante de una mujer que dedicó más tiempo de lo tolerable a encontrar su cartera dentro del bolso, luego su tarjeta dentro de la cartera y finalmente la posición correcta de la tarjeta dentro de la ranura. Me fui del cajero, por supuesto.

Pero ahora no podía irme del autobús de la cruz roja por miedo a que me tomaran por cobarde insolidario. Hubiese querido explicarles que no era miedo a las agujas ni a la sangre, decirles que no soy aprehensivo, que simplemente no soporto sus gritos dentro de un recinto tan pequeño. La cosa empeora: una de las chicas que sale a saludar lleva varios tubos de sangre en las manos. La escena me inquieta profundamente. ¿Y si se equivoca de tubo? ¿Y si se rompen? ¿y si la empujan? ¿y si se olvidan del hombre de la camilla y lo desangran?

La chica que me precede ha sido declarada no apta por hipotensa y llega mi turno. Mi examinador echa una ojeada a mis respuestas y hace alguna pregunta de compromiso: ¿asmático o alérgico? Intento resumirle mi relación con el asma en una sola frase, pero me trabo. Digo algo parecido a antesiperoyano, la humedad, el clima seco, Madrid me sienta bien. Me toma la tiensión y toca hipertenso. Me pincha un dedo, guarda una gotita de mi sangre y por fin me manda al salón de las camas sinuosas. Me dan a elegir y me recomiendan la hilera de la izquierda, por ser diestro. De acuerdo. Desde aquí tengo mejores vistas de la acera. Me tumbo, me dicen que abra y cierre el puño (gesto que repetiré durante los próximos 10 minutos) me pinchan de nuevo, me preguntan si estudio o trabajo, me preguntan mi nombre. Me siento obligado a interactuar e incluso a ser gracioso, así que comento con franca sonrisa que me van a sacar una pinta de cerveza. Ah, ¿una pinta es medio litro?, obtengo por respuesta. Cierro puño, abro puño. Miro por la ventana hacia los paseantes de la calle Alcalá. Miradme cabrones, soy un ciudadano ejemplar, estoy salvando vidas. Suena el móvil. Mi novia, desde un bar:

-me he tomado un chocolate caliente y ahora estoy con un gin tonic.
-yo me estoy sacando sangre
-¿¿¿¿¿
-Es que salía de la exposición de tipografías....

Me desconectan, me reincorporo. Sed y ganas de vomitar. Me vuelven a tumbar y me piden que tosa, que tosa fuerte "como un fumador" y que no cierre los ojos. Ah, paseantes cabrones. Mirad cómo me consumo. Me ponen una bolsa fría en la nuca y otra en el pecho. Vamos mejorando, me reincorporo de nuevo. Agua, coca cola.

-¿Qué has merendado?
-Nada

(caras de disgusto)

- A qué hora entraste a trabajar
- A las 9

(mentira, a las 10).

Entra otra chica y elige cama al otro lado. Desde mi sitio le veo vagamente el escote, pero es inútil. Más coca cola. Mucho mejor. Al rato estoy ya en condiciones de levantarme y pasar al final del autobús, a la última fila de butacas. Recuerdo que cuando estaba en la primera fase, rellenando el formulario en la parte delantera del autobús, veía con envidia y admiración a los donantes sentados en la última fila, con el deber ya cumplido, la sangre donada, el potro saltado.

Ya estoy aquí y como regalo uno de los enfermeros me regala un boli y un sandwich de jamón que devoro ante la mirada feliz de las enfermeras. "Claro, es que no había merendado", sentencian. A mi lado se sienta la hermana de la chica del escote vagamente imaginado, a la que siguen sacando sangre en una de las tumbonas sinuosas. El enfermero es del tipo de personas a las que les gusta hablar. A veces ocurre. Y se siente cómodo dando juego a la hermana de la donante. Tengo que salir de aquí. Termino sandwich. Termino coca cola. Meto boli en bolsillo, pongo chaqueta en cuerpo y bufanda en cuello y me levanto. Volveré, les grito a las enfermeras del fondo. Muchas gracias, le digo al enfermero. Y para reafirmar mi gratitud y certificar nuestra hermandad de sangre le doy un recio apretón de manos. Al darme la vuelta me topo con la hermana de la donante. Y sin saber por qué, también le alargo la mano, con algo más de delicadeza, por ser ella mujer no donante. Estoy profundamente confundido por mi comportamiento. Creo que ella también

-Encantado

Salgo del autobús ligeramente ebrio, congelado y superficial. La sangría me ha sentado bien, porque ahora solo pienso en sobrevivir. En sofá, comida, calor y manta. Como suponía es mi cabeza, y no mis venas, la que se ha vaciado. Camino al metro suena Arcade Fire.





2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se que se te pasa por la cabeza en algunos momentos de algunos días de algún año.

fon dijo...

¡Puro sentido común, maifriend! Estás de un sensato que asustas...