miércoles, 1 de abril de 2009

El Cristo de Acapulco


Donde el autor cuenta como un pobre hombre intenta ganarse la vida haciendo el ridículo.

El Cristo de Acapulco (en verdad, de Pie de la Cuesta, cerca de Acapulco) mendiga pesos en la orilla a cambio de una exhibición. Se presenta como vigilante voluntario y su especialidad, dice, es hacer el Cristo en lo alto de la ola. Y para que yo entienda estira los brazos en cruz delante de mi hamaca, justo entre mi cuerpo y el atardecer.
Mis apellidos son españoles: López Carrasco, originarios de la zona de Madrid, añade dubitativo. Pero yo sigo sin tener unos pesos sueltos que darle.

El Cristo de Acapulco finalmente convence a una familia de Idaho. El pade es grande, fuerte, con barbas de Pope leñador. La exhibición comienza con un pitido de silbato y algo parecido a un saludo al sol. Movimientos lentos de aprendiz de karateka. Nuevo pitido. Más movimientos de piernas y brazos. Hasta aquí lo ridículo. Pero lo peor está por llegar y ocurre cuando entra al agua. Allí simplemente desaparece entre olas que lo voltean y lo tragan. De vez en cuando hace sonar el silbato para que no nos olvidemos de él o para anunciar el momento cumbre de su exhibición, que no es otro que él desapareciendo de nuevo entre las olas con pieras descoyuntadas que asoman entre la espuma. El barbudo de Idaho ya se ha cansdado de él y ahora graba con su cámara una cometa en el cielo y tal vez, de refilón, a las chicas en bikini que charlan junto a la orilla. El Cristo de Acapulco sale del agua y vuelve a pitar y prosigue su baile ritual medio budista, medio guerrero, enteramente triste. Por último hinca la rodilla en el suelo, se santigua y recoge el billete que le alcanza el barbudo de Idaho.

Mientras tanto, se pone el sol
y ya se fueron los belgas folladores
de la habitación de enfrente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para que usted se haga una idea, cronista de Cristos:

De fondo, Las espigadoras. En la forma, la maqueta del sumario. En el todo, el titular:

Aristocracia obliga.

Con un par.