lunes, 26 de octubre de 2009

María tenía un cordero pequeñito



Donde el autor lee, desde los cuarteles de otoño en Madrid y con envidia, la gran Mixtape Americana y se acuerda del año 1987 o 1988, cuando él mismo vivió en la región de los grandes lagos y viajó a bordo de un oldsmovile blanco-crema semidesnatado con matrícula azul.

Yo viví en Michigan, con mis padres y mi hermana, entre 1987 y 1988. En Okemos, East Lansing, Lansing, capital del Estado y patria chica de Madonna y Magic Johnson. En una hipotética guía de viajes sobre Lansing recomendaría la tienda de helados de la facultad de medicina de la Michigan State University, cuyo símbolo (el de la universidad, no el de la heladería) era un casco de espartano blanco sobre fondo verde, el restaurante-franquicia Red Lobster y mi colegio, Wardcliff Elementary School, donde cumplí, sin yo saberlo, con el el mayor hito iconográfico del nerd: con 8 años entré en el equipo de ajedrez del colegio, ganamos la liga local (y, humildemente, le gané a todo redneck que se me puso a tiro; por cada victoria una cinta azul) y me seleccionaron para jugar el campeonato estatal en Detroit. A mi madre eso de mandarme a Detroit le dio miedo y ahí terminó mi etapa de genio infantil. También me apunté al equipo de soccer, donde me esperaban como un mesías; no por algo yo en los recreos dejaba a mi paso un rastro de compañeros regateados como nunca antes hice -ni fui capaz después de hacer- en España. Yo era “from Spain” y el mister soñó victorias. El primer partido perdimos 8-1 y el entrenador, que concebía el fútbol como un futbolín de líneas estáticas en el que nadie podía abandonar su posición, los defensas en la defensa, los centrocampistas en el centro del campo, los delanteros, delante, todos clavados con tornillos invisibles al esplendor en la hierba, nos dijo “great job”. Bebíamos zumo en botella de gallon en el descanso, y la camiseta era reversible, azul y roja, pero perdimos igual todos los partidos. Todos menos uno, que empatamos a 2. Recuerdo el tanteo final porque nos empataron en el último minuto con un gol de panalty que yo provoqué al coger el balón con la mano dentro del area. Puto árbitro.

En el campamento de verano, mientras tiraba al arco, vi el cielo a punto de explotar o de sangrar o de centrifugarse, como una galerna manga saturada en photoshop, y sentí uno de los mayores pánicos de mi vida. Nos evacuaron en autobús al pueblo más cercano y todos mirábamos hacia atrás buscando el tornado. En clase de historia mi maestro letón explicó con grave mesura las matanzas de los españoles en el descubrimiento de América y mis compañeros me miraron medio censores, medio fascinados por tener delante a un descendiente de esa lejana raza de bárbaros genocidas. Por lo demás yo les ganaba a todos ellos en los spelling test, y en el playback que hicimos de She Loves you, de los Beatles, me reservaron el papel de batería, y el problema es que yo tocaba la batería un poco como mi entrenador concebía el fútbol, con líneas estáticas, golpe a la izquierda, golpe al centro, golpe a la derecha, y vuelta a empezar. Mi profesor letón (mamá, ¿dónde está letonia?), que se llamaba algo así como MR. Gatis Lusis, y tenía bigote, me animaba a desmelenarme y a golpear con furia y sin orden los platos de cartón. Pero a mí, obviamente, me daba vergüenza. La batería, vergüenza; el piano, aburrimiento. Mary had a little lamb, little lamb, little lamb. Que manera de acelerarme con el pequeño cordero de María. Más despacio, más despacio. Pantalones cortos verdes en mi primer recital ante unas 10 personas. El profesor de piano era vietnamita y nos invitó a cenar a su casa y nos sentamos todos en el suelo y mi padre tiró dos veces el vino sobre la moqueta (mamá, qué hace un vietnamita en Estados Unidos?). Una chica de mi curso murió atropellada por un tren cuando regresaba andando a su casa roulotte como las de mi vida sin mi. Murieron ella y su hermano, y yo recuerdo que los niños atropellados en las vías de tren eran como los avisos de tornado, las madres divorciadas cinco veces, los colombianos que se avergonzaban de hablar español y los lagos completamente congelados: algo habitual. Los padres de la niña de mi curso mandaron una circular a todos los padres del colegio para recaudar dinero para el entierro. Los Detroit Pistons perdieron la final de la NBA contra los lakers y yo confundía Pensilvania con Transilvania. Cuando aterrizamos en Madrid, un año después, todo

(Madrid desde el cielo,
el aeropuerto,
los guardias civiles,
el coche de mis tíos)

me pareció pequeño y cutre.

Con el tiempo dejé el soccer, el ajedrez, el piano y los tornados.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Sigues siendo un genio. Un Cabuérnigo en Polonia.