martes, 15 de marzo de 2011

Un tal tuíter

Donde el autor acude al congreso de periodismo digital de Huesca y se vuelve prehistórico
Todo el mundo hablaba de un tal tuíter, a quien citaban en una pantalla gigante situada detrás de los ponentes, a la manera de los sms en los programas del corazón y en las tertulias del Gran Hermano.
Delante del escenario, unas 20 filas de gente con ordenadores, porque la atención al discurso de un congreso digital ha de ser fragmentaria e hiperactiva e infinita, como el propio universo digital. Tiene sus ventajas: así, por ejemplo, puedes estar chateando, viendo fotos de Facebook o vídeos de motos en youtube a modo de hipertexto. No está claro que enriquezca el discurso del ponente, pero al menos lo hace más llevadero. Un avance respecto al mundo analógico en donde la única brecha escapista del alumno o el oyente era pintar la mesa o mirar al techo o espiar el cuello de alguna hermosa oyente adyacente.
Aún así, escondidos en las filas de atrás, al margen de los avances tecnológicos, había dinosaurios despistados que se limitaban a escuchar y apuntar en una libreta de papel cero punto cero.
Siempre he desconfiado de los contertulios irritados, que recetan lemas, mientras se revuelven ofendidísimos en sus sillas, gimiendo por la falta de independencia de los medios tradicionales y exigiendo, con énfasis de dictador, más libertad y más compromiso. Alguna alusión libertaria contra la ley sinde y aplausos del juvenil tendido digital, que solo reacciona a discursos cuya complejidad argumental pueda resumirse en 140 caracteres. Un fogonazo, un retweet y vuelta a las motos.
Lo mejor del congreso, Alfonso Armada: “estábamos un grupo de periodistas en la cafetería de la ONU y hacíamos lo que siempre hacen los periodistas: quejarnos y llorar. Y entonces decidimos montar nuestra propia revista digital, FronteraD.”