domingo, 30 de mayo de 2010

Instrucciones para conquistar Alcalá del Júcar



Donde el autor intercepta un extraño documento

Los lugareños viven en cuevas con vistas a un río. La fortaleza es fácil de atacar. Hay dos guardianes, ya ancianos, que se turnan en la garita de entrada. Fuman y miran documentales de naturaleza en la televisión. El mayor problema son los espejos, desperdigados por el gran salón comedor. Hay que tener cuidado con los reflejos, podrían delatarnos (adjunto imagen).

Las temperaturas son altas y las pendientes, pronunciadas, pero dentro de las cuevas se puede vivir con mucha frescura durante todo el año, aun en los meses más calurosos. Hay comida abundante, sobre todo conejos que sirven en un denso guiso de cuchara (adjunto imagen). Hay una gran cúpula vigilada por un monstruo de hierro. Hay una densa franja de árboles junto al río, donde se pueden esconder los morteros. Una vez dentro, avancen por el pasillo angosto hasta llegar a la mesa situada junto a una ventana ovalada. Aparten la frasca de vino, la botella de casera, las migas de pan y la aceitera. Después retiren el mantel de cuadros azules y blancos. No se dejen vencer por la nostalgia. Sigan las instrucciones grabadas con un punzón sobre la mesa de madera. Y apaguen la luz.

sábado, 29 de mayo de 2010

Pero tenían razón

Donde el autor recomienda un libro. No es algo que haya hecho muy a menudo en este blog, porque nunca quiso convertir la enzyklopedien en una guía de lectura. Pero en esta ocasión se pondrá un tanto dramático, ampuloso a la manera de un catedrático de historia dando una conferencia en la universidad Humboldt de Berlín, y escribirá una reseña sobre un libro. Se llama Humo Humano y lo ha escrito Nicholson Baker. Me sorprendió su demolición sistemática de la figura de Churchill y me gusta saber que es un libro que disgustaría profundamente a Aznar.

En apariencia es solo otro libro más sobre la segunda guerra mundial. Recrea, con una estructura poliédrica y narración cronológica, los antecedentes y el comienzo del conflicto. El libro termina en la nochevieja de 1941, cuando aún no se han producido las mayores catástrofes. Estados Unidos acaba de entrar en la guerra, Alemania ya ha invadido Rusia, los bombardeos civiles ya se han cobrado centenares de miles de muertos, en el frente oriental las SS ya han comenzado a ensayar con éxito un holocausto a pequeña escala y los rusos arrojan postales navideñas a los soldados alemanes con el dibujo de un cementerio y la irónica inscripción "espacio vital del este". Cuando el lector termina el libro, sabe que lo peor está aún por llegar. Por eso no hace falta narrarlo, porque lo más importante es explicar cómo hemos llegado hasta aquí.

Mediante una sucesión ininterrumpida de pequeños párrafos, el autor da voz a escritores como el rumano Mihail Sebastian, el austriaco Stefan Zweig, el inglés Christopher Isherwood, el polaco Czerniakow (el intendente del gueto de Varsovia, a cuyas órdenes trabajó el joven Reich Reiniki); muestra ejemplos de propaganda aliada, propaganda del eje, cita discursos y diarios de Roosevelt y Churchill, así como comentarios de sus más estrechos colabadores; rescata los apasionados memorandums de la élite científica mundial desarrollando ingeniosos sistemas de destrucción masiva (muchos de los cuales fueron planificados mucho antes de que empezara la guerra, mucho antes de que el conflicto fuera 'inevitable').

Uno de los hilos conductores del libro es el sistemático derribo de la figura heroíca de Churchill, a quien retrata como un estratega incompetente (campañas de Noruega, Grecia, Yugoslavia), un político excitado por la sangre, un mesías pedante emocionado con el devenir de la guerra, obsesionado (desde el primer suspiro de la guerra, y no solo al final) con bombardear indiscriminadamente ciudades alemanes (una técnica que ya había probado antes, en época de paz, fumigando armas químicas contra las "tribus incivilizadas" del Yemen). Unos bombardeos estratégicamente inútiles, no destinados a golpear la infraestructura industrial alemana, sino simplemente a "matar hunos" civiles. De la misma manera que se citan los encendidos elogios de Churchill hacia Mussolini y sus escritos contra el "judío Trotsky", el libro destapa el antisemitismo de Roosevelt, quien en 1922, ejerciendo de abogado en Nueva York, recomienda establecer un cupo máximo de judíos en Harvard.

La intensidad de la destrucción desatada sobre suelo alemán (del que hablan, con un registro completamente distinto, Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción, y Kurt Vonnegut en Matadero 5), no es fruto de la espiral incontrolable de la guerra, sino una obsesión personal de Churchill que lejos de ayudar a finalizar el conflicto, no hace sino recrudecerlo. En ningún momento se trata de justificar el nazismo, cuyo delirio y máxima responsabilidad en el inicio de la guerra queda nítidamente retratado en el libro, sino denunciar la pulsión destructora que habitaba en los gobiernos democráticos mucho antes del comienzo del conflicto. Una pulsión bélica que guió durante años todos los movimientos estratégicos de Estados Unidos en el Pacífico, en busca del casus belli que justificase la declaración de guerra contra Japón. Mucho antes de Pearl Harbour y la bomba atómica, los informes militares de Estados Unidos se regocijaban con lo fácil que resultaría arrasar Tokyo con bombas incendiarias.

Baker rescata los argumentos de los pacifistas que en Estados Unidos y Reino Unido se opusieron a la guerra, todos esos "cobardes pusilánimes" que nos enseñaron en la escuela y en las columnas probélicas que se han escrito en todos los medios de comunicación de izquierda y de derechas para justificar todas las agresiones, desde Serbia a Afganistán e Irak.

¿Qué más puedo decir? que he dejado el libro lleno de subrayados, equis y vértices doblados (si ya superé mi trastorno obsesivo compulsivo que me obligaba a estirar los flecos de las alfombras de mi casa). Que espero publicar algunos de los libros que aparecen en la voluminosa bibliografía final. Que es un libro que se puede leer andando y en la sala de espera del hospital.

p.d: Leído en Letras Libres: "Reich-Ranicki y su esposa Tosia se libraron del exterminio gracias a Bolek, un tipógrafo borracho y golpeador de mujeres, según leemos en Mi vida. Ese hombre ocultó a la aterrada pareja judía y, tras deshojar la margarita entre denunciarlos o no hacerlo, tomó una decisión. Cierto día —no hacía todavía mucho que estábamos en su casa—, nos miró muy ufano, hablando despacio y no sin cierta solemnidad: Adolf Hitler, el hombre más poderoso de Europa, ha decidido: "Estas dos personas deben morir." Y yo, un pequeño cajista de Varsovia, he resuelto que han de vivir. Veremos quién gana"

p.d2: Dedicatoria final de Humo humano: "Dedico este libro a la memoria de Clarence Pickett y otros pacifistas estadounidenses y británicos. Jamás han recibido realmente el reconocimiento que se merecen. Intentaron salvar refugiados judíos, alimentar a Europa, reconciliar a Estados Unidos y Japón e impedir que estallara la guerra. Fracasaron, pero tenían razón".

martes, 25 de mayo de 2010

Holy smoke

Holy smoke

Donde el autor se defiende 

para lamarde, la ex fumadora más elegante de la web, supongo.

Yo no fui, lo prometo, quien le puso el cigarro entre los dedos. Yo caminaba por la catedral de Lille después de que A.encendiese una vela (A. siempre enciende velas en las iglesias; creo que es el único rito de la liturgia católica que comprendo y que me emociona). Acordarse de los muertos. Ni siquiera me di cuenta de que era San Pedro. Las llaves, me explicaron luego, las llaves. Conocí en Italia a un comunista aragonés que se quedó pálido ante mi ignorancia religiosa; pero, pero, tartamudeó, eso es incultura). No digo que no. De hecho, he consultado la Wikipedia antes de escribir este pie de foto. Lo explica bastante bien, sobre todo lo de las llaves del Reino de los Cielos. Con fuentes, citando a Mateo. Bueno, exagero, solo leí el primer párrafo y luego bajé corriendo por iconografía, etimología y demás. Deformación profesional. O generacional. Leo la entrada de San Pedro en la wikipedia como si buscase el precio de un hotel o el teléfono de una compañía aérea. Rápido y sin fijarme en los detalles. Fin del pie de foto.


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domingo, 23 de mayo de 2010

¿hay un estadio de fútbol por aquí?



Donde el autor pasea por los aledaños del estadio Santiago Bernabéu antes de la final de Champions entre Inter y Bayern. Camina solo, con cámara y libreta, y durante un rato juega a ser periodista. El objetivo era escribir una crónica para el blog de fútbol Odio Eterno, una de las galaxias paralelas del autor, a la cual podrás acceder pinchando aquí.




Un viejo exquisitamente vestido toca la armónica rodeado de un grupo de policías nacionales. Suena el himno de España. Los alemanes se acercan y sonríen ante la estampa, dudo que reconozcan la melodía. Finaliza la canción. Aplausos. El anciano procede a interpretar el siguiente tema: el Cara al Sol, de Falange. Los policía ríen. "Ahí la has dao, ahí las dao", afirma uno de ellos. Termino de disparar, saludo al anciano y me voy.

p.d: Viendo la foto en mi ordenador, me doy cuenta de lo insólito de la situación. ¿Cómo es posible que bajo un sol madrileño a 30 grados, el anciano luzca impoluto con chaqueta, traje y corbata, sin una sola gota de sudor? Lo mismo le ocurría, cuenta la leyenda, al dictador Trujillo. La resistencia del fascismo al calor, apuntes para una tesis de historia.





Sentadas sobre la barra de un andamio llaman la atención dos figuras femeninas. No tanto por ser mujeres, sino por su tranquilidad. No beben, no fuman, no gritan, solo miran a la gente a su alrededor. Imagino que son madre e hija. Primero las fotografío de espaldas y luego de frente. Mientras afino la cámara, la hija se da cuenta de que le estoy fotografiando. Se señala con el dedo y pregunta ¿es a mi?. Si, sí, es a ti, respondo. Ella posa, yo disparo. Educadamente le doy las gracias en inglés. Debería haberle dicho algo en alemán, me arrepiento luego.





Después de un rato caigo en la cuenta de que son croatas. La mitad de la camisa luce el estampado ajedrezado de la bandera croata; la otra mitad, el escudo del Bayern. Intento hacer una foto del grupo entero, que posa con una pancarta ante la cámara de algún amigo, hasta que me fijo en ese rostro que no se si es de santo o de criminal de guerra. De inocencia o de maldad. No es un gesto robado; quiero decir, esa expresión no es resultado de una captura al azar, sino que durante todo el tiempo que le estuve observando, el grueso croata de sonrisa anestesiada no cambió ni un instante de expresión.

p.d: un chico con la camiseta del Bayern me pide fuego. Por practicar idiomas, le pregunto: Kommst du aus München? No me comprende. Repito la pregunta, bastante contrariado. Pruebo en inglés. Por fin, parece comprender y, desafiando toda lógica, me responde con un dadaista: "No, but my mother is from Czech Republic". Luego se golpea el pecho en señal de amistad y dice algo elogioso sobre Madrid. Huyo.





El hombre de la izquierda se debate entre la ligereza chic de su delgada bufanda y el espesor de la mancha de sudor en el sobaco. Se acaricia continuamente el pelo. Espera algo, espera a alguien. Así que puedo rodearle y probar una y otra vez en busca de la Postal Arquetipo del Pijo Milanés.

¿Dónde están los italianos?, le pregunto un tanto desconsolado a un policía nacional. "En la zona norte", me responde, "por este lado solo entran los del Bayern". Por estrechar lazos con mis fuentes, sigo avanzando por caminos trillados de ascensor: "¿Y qué, mucha reventa?". Para que no piense que soy obvio, ensayo gesto sagaz y añado en tono confidencial ¿qué, tenéis agentes de incógnito para pillar a los vendedores?

Al rato le toca preguntar a él: ¿Eres periodista, vas a escribir para algún medio".  "Si, soy periodista, pero esto es para mi", contesto. Me mira con afecto, como se mira a los niños que dicen que quieren ser astronautas de mayores. Tal vez perdí una buena oportunidad para hacer publicidad del blog, e incluso de ganar un lector, pero identificarme delante de un policía como miembro de algo llamado Odio eterno no me pareció muy sensato.

Nada más salir del metro Bernabéu hay una gran puerta hinchable de Master Card, que los interistas llaman la Porta di Master Card, y dicho así, con ese acento, suena a ruinas romanas. Escucho reventas ofreciendo a gritos billeto de la finale. Oigo también a vendedores argentinos, veo a un grupo mixto de pongamos, rumanos?, españoles? e italianos?, farfullando con mucho dramatismo por el precio de dos entradas. La versión pasiva y civilizada la protagoniza un alemán que sostiene un cartel bilingüe, en alemán y en inglés, con la leyenda: necesito entrada. Poco antes he visto a un aficionado dando saltos de rabia en mitad de la calle, gritándole a un policía. Al mismo policía que luego me explicará la historia. Con matices, sutilezas y un deje compasivo. "Realmente no estaba haciendo reventa el pobre, sino que se ve que a última hora falló un amigo y él quiso vender esa entrada, pero no por sacar dinero. Y al final le han pillado y se queda sin la entrada que iba a vender y sin su propia entrada. Una pena". Hubiese jurado que un miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado estaba cayendo en el relativismo moral.

Un chico con la camiseta del Barça se cruza con un grupo de interistas que empiezan a corear en exquisito catalán :"Remuntada", "remuntada". Estoy a punto de unirme al coro, pero como estoy de servicio, no puedo tomar partido. El culé sonríe irritado y acelera el paso.

Camino, Castellana abajo, hacia el metro de Nuevos Ministerios. Trabajo terminado. De repente un alemán para al señor que camina delante mio y sin atisbo de ironía, pregunta:

¿Perdón, hay un estadio de fútbol por aquí?


Más fotos en la Enzyklofotopedia.